Помощничек
Главная | Обратная связь


Археология
Архитектура
Астрономия
Аудит
Биология
Ботаника
Бухгалтерский учёт
Войное дело
Генетика
География
Геология
Дизайн
Искусство
История
Кино
Кулинария
Культура
Литература
Математика
Медицина
Металлургия
Мифология
Музыка
Психология
Религия
Спорт
Строительство
Техника
Транспорт
Туризм
Усадьба
Физика
Фотография
Химия
Экология
Электричество
Электроника
Энергетика

Buenas y malas noticias 28 страница



—Lo he pensado bien. Llevo mucho tiempo pensando en ello. Es solo que creía que no era posible, así que ni me había planteado tratar de ponerlo en práctica. ¿Recuerdas lo que te he dicho de la choza y el castillo? Si fusionara mi mente con la de una humana, me sentiría muy estrecho —sonrió—. Pero tú eres algo más. Tu conciencia es, en parte, la de un unicornio. No creo que sea lo mismo. No puede ser lo mismo.

—¿Y qué pasará si no sale bien? —preguntó Victoria—. ¿Qué pasará si luego te sientes decepcionado?

—No lo sé —murmuró Christian—. De verdad que no lo sé.

Permanecieron en silencio un instante, navegando en un mar de incertidumbre.

—Quizá —aventuró ella entonces— lo importante no sea lo que vayas a encontrar en mi mente, sino el hecho de que te importo lo bastante como para querer intentarlo. ¿No crees?

El shek asintió.

—Por si te sirve de algo —dijo en voz baja—, sería la primera vez para mí también. Nunca he fusionado mi mente con la de nadie.

La joven alzó la cabeza, sorprendida. Christian la miraba fijamente, muy serio, y Victoria sostuvo su mirada, mientras el corazón le latía con tanta fuerza que amenazaba con salírsele del pecho.

— Christian —susurró, conmovida; sacudió la cabeza—. ¿Cómo es posible? A veces me dices estas cosas... me traes a tu casa, me propones que una mi mente a la tuya... y otras veces me dejas sola durante días para rondar a una shek y dudar de tus sentimientos por mí. No hay quien te entienda.

—Soy un ser complejo —replicó él, imperturbable—. Pero lo que sí debes de saber, a estas alturas, es que nunca te miento. Y cuando te digo algo, es porque lo siento de verdad. Y eso me lleva al tercer punto.

¿De qué se trata?

—De lo que te he comentado antes. Fusionar las mentes supone tener una confianza total en la otra persona, así que, dime: ¿confías en mí?

Cruzaron una mirada larga, intensa.

—¿Y tú? —sonrió Victoria, sin contestar a la pregunta—. ¿Confías en mí?

—Ciegamente —respondió Christian sin dudar—. Y a menudo pienso que querría poder darte motivos para que tú sintieras lo mismo. Para que confiases en mí de la misma forma que confías en Jack. Pero sé que yo no te he tratado igual que él. Y sé que...

—Ya sé —cortó ella— que no debería confiar en ti. Pero lo hago, Christian. De verdad.

El sonrió. Le acarició la mejilla suavemente. Era el primer gesto tierno que recibía de él en mucho tiempo, y el corazón de Victoria bebió de aquella sensación con avidez.

—Por este tipo de cosas —murmuró Christian— me cuesta tantísimo imaginar siquiera la posibilidad de dejarte marchar.

—Si no quieres dejarme marchar no lo hagas, Christian. Con Shizuko o sin ella, yo seguiré aquí mientras tú quieras que siga aquí. Lo que no quiero es que me retengas cuando ya no signifique nada para ti.

—Sigues siendo importante para mí —le aseguró Christian—. De lo contrario, no te estaría pidiendo que fusionases tu mente con la mía. De todas formas, no quiero presionarte. Necesitarás tiempo para pensarlo...

—Ya lo he pensado —cortó ella. Lo miró a los ojos-: Sí que quiero hacerlo.

Por una vez, Christian pareció quedarse sin palabras.

—Pero hay algo que me preocupa —señaló Victoria—. Tendrás acceso a todos mis recuerdos y mis sentimientos, y yo... hay una parte que prefiero que no conozcas, porque es privada. No por mí, sino porque esos recuerdos no me pertenecen a mí solamente.

—Jack —adivinó él.

—¿Está mal que ponga restricciones? —preguntó ella, preocupada.

—No. Por lo que sé, es habitual, de hecho. Se suele pedir a la otra persona que respete las habitaciones de la casa que corresponden a una relación anterior. La razón la has explicado tú muy bien: porque esos recuerdos no te pertenecen a ti solamente. No te inquietes por eso; no tengo el menor interés en saber los detalles de tu relación con Jack, eso es algo que solo os incumbe a vosotros dos.

—Bien —asintió Victoria; se acercó un poco más a él, con cierta timidez—. Entonces, no necesito pensarlo más. La respuesta es sí.

 

Trató de relajarse, pero le resultaba difícil. El corazón seguía palpitándole con fuerza, y su respiración era agitada e irregular, como si hubiese estado corriendo. A pesar de todo, no se movió. No apartó la mirada de los ojos de Christian, los ojos azules de Christian, que se clavaban en lo más hondo de su alma como un puñal de hielo, como la primera vez que él la había mirado.

«Tranquila», susurró él desde un rincón de su mente. «No tengas miedo».

Victoria alargó las manos, buscando las de él. Las encontró, y las estrechó con fuerza, mientras su mirada seguía clavada en la de Christian, sin apartarse de ella ni un solo instante.

«¿Qué he de hacer?», pensó.

«Sigue mirándome a los ojos y trata de ver más allá. Estoy tendiendo un puente. Encuéntralo, y atrévete a cruzarlo».

Victoria tragó saliva. Sentía que los hilos de la conciencia de Christian tejían una red cada vez más tupida en torno a su propia mente, pero ella misma seguía donde estaba. Se concentró en los ojos de Christian, dejó que la mirada de él la estremeciera entera, como había ocurrido en tiempos pasados. Si el shek estaba nervioso, desde luego no lo daba a entender, pues seguía mostrándose frío y sereno, como siempre. Pese a todo, esa era una de las cosas que más le gustaban de él.

Pronto, los iris de hielo de Christian fueron algo más. Victoria empezó a ver en ellos formas que se movían, como fantasmas, al otro lado. Fascinada, siguió mirando. Las figuras siguieron moviéndose, y entonces empezaron a girar, y Victoria sintió que había algo que tiraba de ella, como si la succionara hacia él. Dejó escapar una exclamación de alarma y quiso resistirse, pero entonces recordó por qué estaban haciendo aquello, y las palabras de Christian volvieron a resonar en su mente: «Encuentra el puente, y atrévete a cruzarlo».

Victoria respiró hondo y se dejó llevar. Y todo empezó a dar vueltas a su alrededor.

 

Se encontró de pronto en un espacio oscuro. Miró a su alrededor, asustada, pero la oscuridad era solo aparente. Pronto, todo se fue aclarando en torno a ella.

Se sintió abrumada ante lo que vio. Se hallaba en un mundo lleno de imágenes, de sonidos, de palabras... amplio y rico, inmenso y, pese a todo, cuidadosamente ordenado. Victoria se quedó donde estaba, maravillada. Centró su atención en la imagen más cercana y tiró de ella, y salió un retazo de recuerdo completo. Se vio a sí misma hablando con Christian, pero lo veía desde el punto de vista de Christian. Eso era extraño.

Ambos estaban en el apartamento de él, sentados en el sillón. Victoria llevaba la misma ropa, por lo que dedujo que era un recuerdo inmediatamente anterior. Le llegó el sonido de su propia voz: «Debería poder vivir con eso. Sé quién eres y lo que has hecho». Sonrió para sí.

Comprendió que estaba en el nivel más superficial de la conciencia de Christian, por lo que trató de moverse en aquel espacio. Lo consiguió con solo desearlo.

Durante un tiempo, no habría sabido decir cuánto, vagó por la mente de Christian, y entendió lo que había querido decir él al compararla con un castillo. No eran solo recuerdos lo que almacenaba allí, sino ideas, pensamientos, razonamientos... algunos tan complejos que a Victoria le costaba seguirlos. Todo estaba tan ordenado que a priori parecía sencillo moverse por allí; y, sin embargo, era tan enorme que daba la sensación de no terminarse nunca.

Topó por casualidad con algunos recuerdos y pensamientos acerca de Shizuko, y decidió no tocarlos; Christian no le había pedido que no lo hiciera, pero prefirió respetar su intimidad, de la misma forma que él iba a respetar la de ella.

Encontró también recuerdos relativos a Ashran. Aquel hombre inspiraba a Victoria un intenso terror, pero descubrió que para Christian había sido importante, y que lo había respetado hasta el final.

Halló pensamientos y recuerdos referentes a la etapa que había pasado en la Tierra. Vio a los idhunitas exiliados morir, uno tras otro, bajo su mirada de shek, y sintió un escalofrío, no tanto por sus muertes, sino por la indiferencia con la que estaban archivadas en la memoria de Christian. Dedicó un pensamiento a cada uno de ellos, víctimas de una guerra absurda, pero no fue capaz de sentir odio ni rencor, ni siquiera rechazo, hacia la persona que los había matado. Se preguntó si, de haber sido completamente humana, habría odiado a Christian por todo aquello. No podía saberlo.

En un nivel más profundo encontró los momentos dedicados a ella.

Revivir aquellas sensaciones desde el punto de vista de él, conocer los pensamientos que le había dedicado, la opinión que tenía Christian de ella, la emocionó y la hizo sentir mucho mejor. Después se vio a sí misma más joven, casi una niña, atrapada entre el filo de Haiass y el tronco de un árbol, aquella vez, la primera vez que se habían mirado a los ojos. Se sorprendió al ver la expresión que su propio rostro había mostrado entonces: sí, reflejaba miedo; pero también una profunda fascinación, y había un brillo de intensa emoción en el fondo de su mirada.

Lo había sospechado, pero nunca lo había sabido con certeza. Ahora, la evidencia la golpeaba con la fuerza de una maza.

Aquella noche, cuando él le había tendido la mano, cuando le había dicho «Ven conmigo»... ella ya estaba enamorada. Podía negárselo a sí misma todas las veces que quisiera, pero la forma en que había mirado al shek traicionaba el sentimiento que anidaba en su corazón.

Y aquel recuerdo era claro y vivido, lo cual indicaba que Christian lo había evocado muy a menudo, y lo guardaba como un tesoro en un rincón de su mente.

De haber estado unida a su cuerpo en aquel preciso instante, se habría ruborizado.

Siguió recorriendo aquella sección, arropada por los pensamientos y sentimientos de Christian con respecto a ella. Era una emoción agradable, pero no tan cálida como Victoria había imaginado. Incluso allí, en un nivel profundo de su conciencia, la implacable lógica del shek tendía a explicar y racionalizar todo lo que sentía. De esta manera, su amor por Victoria no era ardiente ni apasionado, pero, a cambio, poseía unas bases firmes y sólidas. Christian tenía razones para amarla; las había buscado durante años, las había encontrado, y sobre aquella lógica había dejado que crecieran sus sentimientos. Si alguien le preguntaba por qué hacía lo que hacía, podía encontrar una explicación, y eso reforzaba sus actos y lo reafirmaba en sus creencias.

Victoria siguió avanzando y dejó atrás aquella zona, con cierta pena. Inmediatamente después estaba todo lo relacionado con Jack, y era un odio tan oscuro, tan siniestro, que la joven sintió un escalofrío de terror. No obstante, aquel odio estaba rodeado de fuertes razonamientos lógicos que repetían una y otra vez los motivos por los que no debía atacar a Jack. Victoria observó, maravillada, cómo la mente del shek peleaba por mantener prisionero al instinto, por encadenarlo a su conciencia, por tener poder sobre él. Pero el instinto luchaba contra aquellas cadenas y amenazaba con nublar su mente. Victoria se alejó de allí, entristecida.

En un nivel aún más profundo, encontró imágenes de una mujer sin rostro y sin nombre. Supo que era la madre de Christian, y descubrió que no era que él no recordara los detalles; porque todo se queda en la mente, de una manera o de otra, y lo que nos hace olvidar es que no somos capaces de acceder a esos recuerdos. Pero en el caso de Christian, simplemente los recuerdos no estaban. El rostro de su madre había sido borrado. Por más que se esforzase, no lograría recordarlo.

Siguió deambulando por allí, perdida en la compleja red de niveles de conciencia del shek. Aprendió muchísimo sobre él y sobre los sheks en general, a través de los recuerdos del tiempo que Christian había pasado con ellos. Entendió algunas cosas que antes habían sido un misterio, y comprobó, con alegría, que al hacerlo no disminuía la fascinación que sentía hacia Christian; al contrario: seguía admirándolo y amándolo intensamente, y cuanto mejor lo conocía, más lo amaba.

Se preguntó entonces qué estaría encontrando el shek en su mente, y por un momento tuvo miedo de que él no viera nada grande ni hermoso en ella, sino... algo sencillo y pequeño, como una choza, como decía él. Ante aquel pensamiento, algo tiró de ella, y comprendió que, si deseaba regresar, lo haría de inmediato, por lo que se esforzó en pensar en otra cosa, y siguió recorriendo las galerías de la conciencia de Christian, perdiéndose en el inmenso entramado de su mente.

 

Christian, por su parte, no se estaba moviendo. Se había quedado exactamente en el mismo lugar.

Había examinado otras veces la mente de Victoria, había intuido lo que podía encontrar allí, pero sus suposiciones no tenían nada que ver con la realidad.

Siempre le había parecido que la conciencia de la muchacha era simple, sencilla, porque era fácil ver todo lo que pensaba. Ahora que estaba dentro se daba cuenta de que era mucho más compleja de lo que había supuesto. Lo que ocurría era, sencillamente, que los niveles de su mente eran tan luminosos y transparentes que podía contemplarlos todos a la vez. Así, si la mente humana era una choza y la de un shek, un castillo, la mente de Victoria era como un bellísimo palacio de cristal, muy pequeño en comparación con su propia mente, pero puro y diáfano. Y todos los recovecos de su conciencia mostraban un delicado entramado de pensamientos, sutil como la luz de las lunas, brillante como una gema irisada.

Christian dedicó un largo rato a contemplar la mente de Victoria desde allí. Sin necesidad de desplazarse era capaz de alcanzar a la vez varios niveles de su conciencia, admirando las filigranas que formaban sus ideas, sus recuerdos, sus sueños. Tenía miedo de entrometerse en los niveles más profundos: temía estropear algo. Pero, finalmente, su curiosidad fue más fuerte, y su conciencia recorrió la mente de Victoria con cuidado. Se aproximó a sus pensamientos, a sus anhelos más secretos, a sus recuerdos más preciados. Descubrió a la Victoria oculta, la muchacha que habitaba en un recoveco de su propia conciencia, un lugar no impregnado por el amor que sentía hacia Jack y Christian. Un lugar solo para ella.

Christian encontró allí a Victoria, simple y pura, solamente ella misma; y le gustó.

No se quedó mucho tiempo allí, sin embargo. No quería perturbar con su presencia aquel lugar secreto, que le pertenecía solamente a ella. Evitando cuidadosamente las zonas por donde vagaban pensamientos y sentimientos dedicados a Jack, Christian siguió explorando la mente de la muchacha, admirando los arcos cristalinos que sostenían su conciencia. Y entonces entendió por qué le parecía tan hermoso.

La mente de Victoria era delicada y transparente, como el cristal... como el hielo.

 

Poco a poco, ambos regresaron a sus propios cuerpos... a sus respectivas mentes. Permanecieron un largo rato en silencio, asimilando todo lo que habían experimentado, acostumbrándose de nuevo a ser ellos mismos. Victoria apoyó la cabeza en el pecho de Christian, con un breve sollozo de emoción. Él la rodeó con los brazos, cerró los ojos y reposó los labios sobre su pelo.

Ninguno de los dos habló. Estaban demasiado extasiados; aquel momento era demasiado mágico como para estropearlo con palabras.

 

«Si es así, llámame», había dicho el shek. «Y acudiré a tu lado». Shizuko lo había hecho, pero en el fondo de su corazón dudaba que él respondiese a su llamada. Había cumplido con lo que se esperaba de él y debía de saber ya que estaba en peligro. Era lógico que se refugiase en su usshak y no volviera a salir de allí, al menos hasta que estuvieran tan ocupados con otras cosas que se olvidaran de él.

Esa era la conducta más lógica, más racional. Si él actuara así, Shizuko lo entendería.

Y, no obstante, algo en ella se estremecía de angustia ante la posibilidad de no volver a verle.

Por eso, cuando Christian apareció de nuevo en el balcón de su apartamento, Shizuko se sintió aliviada, aunque no lo demostró.

«De nuevo te haces de rogar», comentó con suavidad al verle. Había estado tendida en la cama, tratando de dormir, sin conseguirlo, cuando la presencia del híbrido en la terraza había reclamado su atención. Se había puesto una bata de seda azul, una de las pocas cosas que conservaba de la verdadera Shizuko, porque el tacto suave y ligero de aquella prenda le resultaba agradable, y había salido para encontrarse con él.

Christian no se movió. Estaba apoyado en el antepecho, sereno y frío, como de costumbre.

«He estado ocupado», dijo.

«Y otra vez corres un gran riesgo. Eres consciente de ello, ¿no es así?».

«Sí, lo sé. Pero dije que acudiría a tu llamada, y suelo cumplir mi palabra».

«¿Sientes curiosidad?»

«En parte. Me has citado aquí, lo que significa que no vas a matarme. Doy por supuesto que una ejecución debería llevarse a cabo delante de testigos».

«Todavía no voy a matarte», respondió Shizuko. «Espero no tener que hacerlo, en realidad».

«Eso significa que Gerde aún quiere algo más de mí. También yo espero que lo que vas a pedirme no te obligue a matarme. No solo por mí, sino también por ti. Si yo me negase, te enfrentarías a un dilema interesante»

«¿Tú crees?»

«Elegir entre lo que quieres hacer y lo que debes hacer. Entre los sentimientos y la razón. Oh, sé de qué estoy hablando. Es algo que puede cambiar tu vida puesto que, una vez decides, ya no hay marcha atrás».

«Tal vez. Pero no quiero tener que llegar a eso. Todo depende de ti».

«Puede ser. Aunque el hecho de que admitas esa posibilidad implica que tu voluntad ya no te pertenece solamente a ti. Y eso significa que ya sabes que lo que te conté acerca de Gerde es cierto».

«Sí», respondió Shizuko, y aquel pensamiento estaba más teñido de temor y de respeto reverencial que de afirmación. «Pero, ¿cómo es posible?».

Christian inclinó la cabeza.

«Llevo ya tiempo tratando de comprender las razones de los dioses, pero aún no sé a ciencia cierta a qué están jugando, ni qué sentido tiene la guerra que llevan librando desde el principio de los tiempos, y que ha implicado a tantas criaturas a lo largo de los siglos. Lo único que sé es que el Séptimo no es como los otros Seis. Porque el Séptimo adopta identidades mortales, y los Seis, no. No sé qué significa esto».

«Significa que el Séptimo está mucho más cerca de sus criaturas que cualquier otro dios...».

«... para bien o para mal», pensaron ambos a la vez.

Quedaron un momento en silencio, mientras desenredaban sus pensamientos enlazados, con suavidad.

«¿Qué es lo que te ha pedido Gerde?», quiso saber entonces Christian.

«Nada que no puedas cumplir, o al menos, eso creo. Lo cual me hace pensar que no quiere perderte. Y eso significa que puede que tengas una oportunidad de regresar con nosotros. A pesar del desastre que has causado a los sheks, si ella me da motivos para perdonarte, podré hacerlo en nombre de todos los sheks».

Christian dejó que fluyera hasta ella un breve pensamiento de amargo escepticismo.

«Perdimos un mundo por tu culpa», dijo Shizuko. «Pero, si nos ayudas a conquistar otro, tal vez queden perdonadas antiguas ofensas».

«Perdonadas», repitió Christian. «No olvidadas».

«Por algo se empieza. Lo que te ha pedido es poca cosa, no obstante, así que imagino que con el tiempo tendrás que realizar tareas más importantes. Pero, de momento, solo tienes que traerme a la muchacha».

«¿A Victoria? Lo siento, no puedo hacerlo». «Ella dijo que dirías eso», comentó Shizuko; no había rencor ni amargura en sus palabras. «Me pidió que especificara que no quiere hacerle daño. Sólo quiere verla, y me dijo que te prometiera que no le pasará nada. Lo único que has de hacer es conducirla hasta la ventana interdimensional para que Gerde la vea. Desde Idhún no puede tocarla, y yo me ocuparé de que no la dañe ningún shek, puesto que tan importante es para ti. Después, podrás llevártela de vuelta a tu usshak».

«Mi respuesta sigue siendo no. Y no es porque no confíe en ti. Es que no me fío de ella».

«Si te niegas, Kirtash, tendremos que matarte. Y no quiero hacerlo».

«Pues no puedo complacerte».

Cruzaron una larga y dolorosa mirada.

«Es una conducta irracional, Kirtash», le reprochó ella. «Sabes perfectamente por qué quiere verla. Si te niegas a mostrársela, estarás confirmando sus sospechas. De modo que de todas formas le estás diciendo a Gerde lo que quiere saber».

«Lo sé. Y precisamente por eso no puedo llevarla ante ella».

Shizuko no contestó. Los dos permanecieron en silencio un largo rato, un silencio oscuro y lleno de incertidumbre, hasta que ella dijo:

«Pasado mañana, al amanecer, nos encontraremos junto a la ventana interdimensional. Trae a la chica. Y, si no vas a traerla... mejor será que no vuelvas. Por tu bien».

Christian no dijo nada.

«Puede que no sea yo la que se encuentre ante un dilema», señaló Shizuko con calma. «Puede que seas tú el que tenga que decidir si desea volver a ser uno de nosotros. Y el shek que habita en ti, y que yo puedo ver debajo de ese frágil disfraz humano, desea regresar a la red, lo desea con toda su alma. Así que deberás decidir a quién prefieres rendir lealtad. Aunque, en el fondo de tu corazón... lo sabes».

Christian le dirigió una larga mirada.

«Nos veremos dentro de dos días», dijo solamente. «En Hok-kaido».

Después, desapareció en la noche, apenas una sombra sutil recortada contra las luces de Tokio; y Shizuko se quedó sola en el balcón, mientras la brisa revolvía su cabello y enfriaba agradablemente su piel humana. Sin embargo, ella se envolvió más en su bata, inquieta. Por una vez, el calor le resultaba reconfortante.

 

Encontró a Victoria sentada en el sofá, leyendo unos folios, abstraída. Había olvidado sobre la mesita un sandwich a medio comer. Cuando la sombra de Christian le tapó la luz, Victoria alzó la cabeza, sobresaltada.

—No te había oído llegar —sonrió.

Los dos cruzaron una mirada llena de entendimiento y complicidad. Se sentían más unidos que nunca, y les gustaba aquella sensación.

Christian se sentó a su lado y señaló la carpeta que descansaba sobre sus rodillas.

—Veo que por fin te has decidido —comentó.

El rostro de Victoria se ensombreció.

—Después de todo lo que he aprendido sobre ti, no me gustaba pensar en lo poco que sabía acerca de mí misma. Por otra parte, tú ya conocías toda esta información. Podía haber topado con ella en cualquier momento, mientras exploraba tu mente. Si no lo hice, es porque tu mente es demasiado grande como para conocerla por entero en tan poco tiempo —añadió, con una sonrisa y un leve rubor en las mejillas—. Pero podría haberme enterado de todo esto por casualidad, así que no tenía sentido que siguiera dándole la espalda.

—Sé de qué tenías miedo —dijo Christian con cierta dulzura—. Es parte de tu historia como humana. Y hace tiempo que ya no deseas ser humana.

Victoria sacudió la cabeza.

—Estuve débil; lo pasé muy mal. Es demasiado reciente como para que lo haya olvidado, o quiera volver a pasar por ello.

—Y, no obstante, es nuestro cuerpo humano lo que nos permite estar juntos... amarnos. No sé si deberías rechazar esa parte humana tan a la ligera.

—¿De veras? —Victoria sonrió sin alegría—. No hace tanto que todos pensamos que me había vuelto del todo humana. Aún recuerdo la decepción en tus ojos, y en los de Jack. Mi parte humana no te gusta, Christian. De hecho, si fuese completamente humana no habríamos podido compartir anoche lo que compartimos tú y yo. Habríamos mantenido una relación física que, por muy importante que pudiera ser para mí, para ti no habría sido suficiente. ¿Me equivoco?

—No. Pero no eres solo humana, Victoria, y ahí está la clave. De hecho, ni siquiera eras solo humana cuando eras un bebé.

Victoria entendió por qué lo decía. Bajó la mirada hacia las hojas que había estado leyendo.

—¿Fue por eso? —preguntó en voz baja—. ¿Por eso yo sobreviví al accidente, y mis padres, no?

Christian asintió.

Y, lo quisiera o no, Victoria sintió que tenía un nudo en la garganta. Lo cierto era que aquella historia la había conmovido profundamente. Y, aunque aún no sabía cómo se las había arreglado Christian para averiguar todo aquello, de pronto se dio cuenta de que no le importaba.

Allí, en las hojas que contenía aquella carpeta, el shek había anotado tiempo atrás los detalles sobre su origen, detalles que Allegra jamás había llegado a contarle. Así, Victoria se había enterado de que, aunque había nacido en España, sus raíces estaban en otra parte. Sus padres, Germán y Miranda, habían emigrado desde Argentina poco antes de venir ella al mundo. Habían tratado de abrirse paso en el país que los había acogido, un poco a regañadientes, con el trabajo de él como albañil, y de ella como camarera en una cafetería. Al nacer Victoria, Miranda había tenido que abandonar su trabajo, y la familia había pasado estrecheces. Sin embargo, apenas unos meses más tarde, todo había terminado en tragedia, con un brutal accidente de tráfico. Los padres de Victoria habían fallecido en el acto, pero ella no había sufrido ni un rasguño.

 




Поиск по сайту:

©2015-2020 studopedya.ru Все права принадлежат авторам размещенных материалов.