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Buenas y malas noticias 27 страница



Victoria lo miró fijamente; había rabia en su mirada. No le dolía tanto la relación de Christian con Shizuko como el hecho de que él le mintiera al respecto.

—Entonces, ¿por qué te sientes tan culpable que te cuesta mirarme a la cara?

Aquella pregunta fue como un jarro de agua fría para Christian. Soltó a Victoria y se dejó caer contra el respaldo del sofá, anonadado.

—Estamos hablando de cosas distintas —comprendió—. Estamos hablando en idiomas diferentes. Pero tienes razón en una cosa —añadió, dirigiéndole una intensa mirada—. Te debo una explicación.

Victoria le devolvió la mirada e inspiró hondo para calmarse. Se acomodó en el sofá, indicando que estaba dispuesta a escuchar.

—Aunque parezca humana —empezó él—, Shizuko es una shek. Es Ziessel, la reina de los sheks. —Victoria abrió mucho los ojos, sorprendida, pero no dijo nada; Christian prosiguió—. Se vio atrapada en un cuerpo humano cuando cruzó la Puerta... un cuerpo que acababa de morir. Shizuko, o Ziessel, como queramos llamarla, parece humana, pero no lo es. No tiene un alma humana, como nosotros dos, o como Jack. Su espíritu, su conciencia... son los de una shek.

Victoria abrió la boca para decir, algo, pero se lo pensó mejor y se mantuvo en silencio.

—Odia su cuerpo humano —siguió Christian—. La simple idea de tener intimidad física con otro cuerpo humano le resulta repugnante.

Puede que con el tiempo se acostumbre a su nuevo aspecto y cambie de idea... o puede que no.

»En cualquier caso, no es ese el principal motivo de que no la haya tocado. La encuentro atractiva, es verdad, pero hay cosas de ella que me llaman más la atención. Mucho más que su cuerpo. Como, por ejemplo, su mente.

—¿Su mente? —repitió Victoria.

—Para un shek, lo mental es mucho más importante que lo físico. Si dos sheks sienten atracción el uno por el otro, no pierden el tiempo con esas cosas, primero exploran sus mentes. Y hablan. Hablan mucho, durante horas, y todo esto sin necesidad de tocarse. Porque es otro tipo de intimidad lo que buscan. Así, el vínculo telepático se va haciendo cada vez más estrecho, cada uno se va introduciendo en la mente del otro, poco a poco...

—Entiendo —asintió Victoria—. Y es eso lo que estás haciendo con Shizuko.

—Nunca antes había mantenido una relación con una shek —confesó él—. Es... diferente. Y una parte de mí anhelaba ese tipo de comunión con alguien. ¿Entiendes?

—Sí —susurró ella—. Porque mi mente no es la de un shek y no puedes establecer ese vínculo telepático conmigo.

Christian sonrió.

—No podía, pero me las arreglé para hacer algo parecido. ¿Adivinas cómo?

Victoria lo sabía. Alzó la mano para contemplar el anillo que llevaba.

—Exacto —asintió el shek—. Te he dicho muchas veces que no me importa que estés con Jack, y es verdad. Porque estoy unido a ti incluso en la distancia.

Victoria bajó la cabeza. Estaba confusa, y Christian lo notó.

—Creo que no me conoces tanto como piensas —le dijo con suavidad—. Las relaciones físicas no me interesan mucho, lo confieso; normalmente tengo cosas más importantes qué hacer, cosas más interesantes en qué pensar. En eso no he dejado de ser un shek, supongo. Aunque tenga un cuerpo humano, no soy tan apasionado como la mayoría de los jóvenes humanos de mi edad. Esa necesidad de contacto físico con otra persona... la siento a veces, pero no muy a menudo. Es verdad que tú y yo pasamos mucho tiempo separados; pero ahora estamos juntos, por lo que, si quisiera pasar la noche con alguien, ¿por qué razón necesitaría buscar a otra persona?

—No sería tan extraño si yo hubiese dejado de interesarte..., como me has dado a entender. Y ya te he dicho que lo comprendo, y que puedo aceptarlo. Pero que necesito saber a qué atenerme.

Y qué es lo que esperas de mí. Por la forma en que me has tratado estos días, se diría que ya no me quieres a tu lado.

Christian reflexionó sobre sus palabras.

—Se debe a que yo mismo no sabía cómo tratarte. Porque tienes razón, me siento culpable cuando te miro. Como apenas concedo importancia a las relaciones físicas, no podría sentirme así por estar con una mujer que no fueras tú. Pero sí me sentiría culpable si sintiera algo especial por ella. Sentiría que te estoy traicionando.

Y creo que es eso lo que me está pasando.

Victoria entendió.

—Christian, ¡te estás enamorando! ¡Otra vez!

El shek movió la cabeza, perplejo.

—Puede ser. O puede que sea, simplemente, que mi alma de shek anhelaba desde hace mucho poder intimar con otro shek. Puede que solo sea añoranza ante aquello que he perdido, o que tal vez nunca tuve. A lo mejor me atrae Shizuko porque es muy parecida a mí. Todavía es pronto para saberlo. Además, el hecho de que me sienta culpable por ti implica, supongo, que todavía me importas, así que aún no estoy preparado para dejarte marchar. No sé lo que quiero de verdad, Victoria, y eso no es algo que me pase a menudo. Por eso estoy bastante confuso y no sé cómo actuar contigo. Te pido disculpas.

Victoria respiró hondo. Ahora comprendía la perspectiva de Christian. No había tocado a Shizuko, no había compartido su cuerpo con ella, pero, desde su punto de vista, estaba haciendo algo peor: estaba compartiendo su mente con la shek y, de alguna manera, también su corazón.

—Bueno..., tengo que reconocer que de esto sí que sé un poco —sonrió Victoria—. Puede ser que termines decidiéndote por una de las dos, o puede que te pase como a mí: que la quieras a ella sin dejar de sentir algo especial por mí. Entonces... —vaciló—. En fin, mientras me sigas queriendo yo estaré aquí para ti, pero consideraría justo que me dedicaras a mí el mismo tiempo que a ella. Por lo menos —concluyó, con una sonrisa.

Christian sonrió a su vez.

—En cualquier caso —prosiguió Victoria—, cuando lo sepas, no dejes de decírmelo.

—¿Cuando sepa qué?

—Si todavía soy importante para ti. Si lo que te ha alejado de mí es ese sentimiento de culpabilidad, o es que realmente lo nuestro se ha enfriado. Por mi parte, sabes que no. Ahora te toca hablar a ti. Pero si necesitas tiempo...

—Puede que necesite un poco más de tiempo —dijo Christian tras una pausa.

—Lo tendrás —le prometió ella, conciliadora—. Esperaré a que tomes una decisión, y la aceptaré, sea cual sea. Pero, por favor, sé siempre sincero conmigo. Y si algún día dejo de ser especial para ti, simplemente dímelo... pero no me utilices —le rogó, con cierta amargura.

Christian le dedicó una larga mirada.

—Por si te interesa saberlo —dijo en voz baja—, sí que fue diferente.

Victoria alzó la cabeza.

—¿Cómo dices?

—Es lo que te estabas preguntando, ¿no? Si para mí no eres más que una mujer humana con la que mantener una relación física, puesto que no puedo establecer un vínculo telepático contigo, de la misma manera que podría hacerlo con una shek.

—Ah...

—Y he de decirte que no. Para mí también fue especial lo de la otra noche. Y quería que lo supieras.

Victoria no pudo más. Se lanzó a sus brazos, enterró la cara en su hombro y se echó a llorar suavemente. Christian la abrazó.

—Eso era lo que necesitaba oír —sollozó ella.

—No lo he dicho porque necesitaras escucharlo. Lo he dicho porque es la verdad.

Poco a poco, ella se fue calmando. Christian le acarició el pelo, pensativo, pero de pronto se incorporó, alerta.

—¿Qué? —dijo Victoria, inquieta.

Christian no respondió. Se separó de ella con suavidad, se levantó y salió a la terraza. Victoria se quedó en el sofá, esperándolo, hasta que él regresó, muy serio.

—Tengo que volver a Japón. Parece que hay cambios en nuestro proyecto.

—¿Proyecto?

—Gerde quiere establecer una comunicación entre Idhún y la Tierra. Para poder hablar con Ziessel sin necesidad de cruzar la Puerta interdimensional constantemente. Eso era lo que estábamos haciendo.

Victoria inclinó la cabeza.

—Comprendo.

—He de irme, pero ya sabes que volveré. Sabes... que siempre vuelvo.

Victoria sonrió, pero no dijo nada. Apenas un momento después, el shek se había ido.

 

El agua temblaba y se estremecía, y su superficie adquiría, por momentos, un curioso brillo azulado, metálico. Shizuko la contempló, pensativa.

«No se ha estabilizado todavía», dijo Akshass.

«Puede que necesite un poco más de tiempo», repuso Shizuko. «O un poco más de la magia de Kirtash».

«¿Por qué tenemos que depender de la magia de un medio shek?»

Shizuko tardó un poco en responder. Akshass era un shek joven, pero prometedor. Había estado a su lado desde el principio, durante la guerra en Dingra contra los caballeros de Nurgon. Habían peleado juntos en el bosque de Awa. La shek sabía que Akshass se había hecho ilusiones con respecto a ella, y que no había perdido la esperanza de volver a verla en el cuerpo de Ziessel, la bella. Quizá por eso no soportaba a Kirtash. El hijo de Ashran no solo había dado al traste con aquellas esperanzas, con su explicación sobre lo que le había sucedido a la reina de los sheks sino que, además, ambos pasaban cada vez más tiempo juntos, a solas. Y Akshass tampoco podía olvidar que se sabía que el shek que habitaba en Kirtash era hijo de Zeshak, el predecesor de Ziessel. Zeshak, que, según decían, también había sentido interés por Ziessel en el pasado.

Shizuko sonrió para sus adentros. Sí, era cierto que Zeshak la había pretendido. Pero entonces ella no había estado interesada en establecer un vínculo tan fuerte con nadie. Era joven y tenía muchas otras cosas en qué pensar. Zeshak lo había entendido y no había insistido.

En cierta manera, resultaba irónico que ahora estuviese dando con Kirtash pasos que no había iniciado con su padre.

Pero las cosas habían cambiado mucho. Si alguna vez se había sentido tentada de aceptar a Zeshak, o a Akshass, desde luego aquellos proyectos se habían desvanecido. No porque no siguiera poseyendo la poderosa mente de una shek, sino porque, después de todo, había quedado atrapada en un cuerpo humano para siempre.

«La técnica de comunicación interdimensional pertenece al terreno de la magia», le recordó. «El es el único mago que hay entre nosotros, y posee el poder de abrir portales. De momento, le necesitamos».

«Por lo visto, pronto ya no lo necesitaremos más», señaló Akshass.

Shizuko no respondió. Había percibido la llegada del híbrido, antes que ningún otro de los sheks. Su vínculo telepático había llegado a ese grado de intimidad. No se movió, sin embargo, ni dio a entender que lo había detectado, hasta que él se situó a su lado.

«¿Me habéis llamado?», dijo, y su pregunta llegó a la mente de todos los sheks.

«Fíjate», respondió Shizuko, volviendo hacia el manantial la mirada de sus hermosos ojos orientales.

«El tejido entre dimensiones se está debilitando», dijo Christian tras un breve vistazo.

«¿Podrás estabilizarlo?»

«Puedo intentarlo».

Se acuclilló junto al manantial y pasó la mano sobre la superficie del agua, sin llegar a tocarla. Un brillo plateado reverberó en las ondas, se apagó y después volvió a iluminar las aguas. Christian lo intentó de nuevo, concentrándose intensamente.

Apenas unos instantes más tarde, la superficie del onsen tembló un segundo, y enseguida se solidificó.

Shizuko y los sheks se inclinaron hacia delante, con curiosidad. La capa superficial del manantial se había convertido en un espejo de hielo.

Christian se levantó con la agilidad felina que era propia de él. Miró a Shizuko.

«Llámala», la invitó, hablándole en privado. «Está deseando volver a contactar contigo».

Ella movió la cabeza.

«Nunca ha contactado conmigo».

«Sí que lo hizo. Pero entonces no se llamaba Gerde. Entonces ni siquiera tenía nombre. Ahora, son dos conciencias unidas en una sola, bajo una misma identidad».

«Trataré de recordarlo. Aunque me resulta difícil imaginarlo. Supongo que tendrá los recuerdos de Gerde, la feérica, sumados a los de la Voz... que debe de haber vivido muchas vidas, tal vez docenas, y conservará recuerdos de todas ellas. No sé cómo puede conjugarse todo ese conocimiento en una sola persona. Quizá eso la haya vuelto inestable».

«O tal vez le haya dado una visión más amplia del mundo. Lo que sí te puedo asegurar es que, en muchos aspectos, sigue siendo Gerde».

Shizuko rió interiormente al percibir el disgusto de Christian, pero su rostro continuó impasible, igual que lo había estado durante toda la conversación.

Se inclinó junto al manantial y se asomó a su lisa superficie. La capa de hielo, pura como el cristal, le devolvió su propio reflejo. Su alma de shek se estremeció de dolor al ver su rostro humano una vez más, pero se sobrepuso y se concentró profundamente. Lanzó los tentáculos de su percepción a través del espejo y aguardó a que hubiese alguien al otro lado.

Lenta, muy lentamente, su imagen reflejada se fue transformando. Y, cuando quiso darse cuenta, la superficie helada del onsen le mostraba el rostro de un hada que le sonreía alentadoramente.

—Saludos, Gerde —dijo Shizuko; si estaba sorprendida, no lo demostró.

—Saludos, Ziessel —respondió ella. En esta ocasión, Shizuko sí que frunció levemente el ceño, desconcertada. Nada en su apariencia externa delataba el alma de shek que latía en ella, y Christian no había tenido ocasión de decírselo a Gerde. ¿Cómo lo había sabido?

—Has cambiado mucho desde la última vez que te vi; qué sorpresa —prosiguió Gerde; reparó entonces en Christian, que se erguía a su lado—. Y Kirtash —lo saludó; los miró a ambos—. Qué encantadora pareja —comentó.

Uno de los sheks siseó por lo bajo con cierta irritación. Shizuko no necesitaba mirarlo para saber que se trataba de Akshass.

—Kirtash nos ha dicho que tenías información importante que transmitirnos —dijo la reina de los sheks—. Hemos perdido muchas jornadas con la creación de esta ventana interdimensional para comunicarnos con Idhún... contigo, así que espero que lo que tengas que decir sea realmente importante. Y que después nos pongas en contacto con Eissesh, o con Sussh, para volver a unir a todos los sheks en la misma red telepática.

Gerde rió, con un gesto despreocupado.

—No necesitas a Eissesh ni a Sussh, Ziessel. Tú eres la señora de todos los sheks.

—Y por esta razón debo comunicarles a todos que sigo viva —replicó ella, gélida.

—También yo tengo cosas que comunicarte. Pero solo hablaré contigo. Nadie más debe estar presente.

Shizuko iba a responder que no tenía por qué echar a su gente de allí: si lo que tenía que contarle era tan importante, todos los sheks debían saberlo. No obstante, había algo en la mirada de Gerde, la mirada que le dirigía desde una dimensión lejana, que le inspiró un súbito terror y la estremeció hasta la más íntima fibra de su ser.

Y no se atrevió a contradecirla.

Brevemente, pidió a los demás que la dejaran a solas con Gerde. Un poco de mala gana, las serpientes, una por una, dieron media vuelta y reptaron sobre la nieve, hacia la espesura, para perderse en el bosque. Christian se dirigió al refugio, sin una palabra. Sabía lo que Gerde iba a contarle a la reina de los sheks. En el pasado, sólo Zeshak, su antecesor, había sabido que Ashran era el Séptimo dios.

Percibió la llamada de Shizuko a nivel privado.

«¿A dónde vas?», le dijo.

«He cumplido la misión que se me encargó», repuso él, sin volverse ni detenerse. «Ya no tengo nada más que hacer aquí».

«Tal vez sí», contestó ella.

«Si es así, llámame», respondió Christian. «Y acudiré a tu lado».

 

Cuando regresó a su apartamento, Victoria no estaba.

Era de noche, y el piso estaba silencioso, frío y oscuro. Christian se encontró a sí mismo echando de menos la luminosa presencia de la muchacha, y por un momento temió que ella se hubiese marchado a Idhún. Luego recordó que no podría hacerlo sin él, y supuso que estaría en Limbhad. Se encogió de hombros y decidió que más tarde iría a verla.

Acababa de encender la chimenea cuando se abrió la puerta de la calle. Christian se incorporó de un salto, alerta, antes de detectar la presencia de Victoria. La joven iba a cruzar la puerta del salón cuando lo vio, y se quedó allí, en la entrada, sin decidirse a pasar. Los dos cruzaron una larga mirada.

—He ido a dar un paseo —dijo ella, rompiendo el silencio—. Encontré las llaves en un cajón. Creo que no sueles usarlas mucho, así que espero que no te importe que las haya...

—No —cortó él con suavidad—. No me importa.

—Iba a marcharme a Limbhad —prosiguió Victoria—, pero habías dicho que había cambios en el proyecto, y... en fin, estaba un poco preocupada, de modo que me quedé aquí, a esperarte. Pero no dejaba de darle vueltas a muchas cosas, así que... salí para despejarme.

—No tienes que darme explicaciones, Victoria. Está bien.

—¿Y tú? ¿Estás bien?

—Sí —se sentó en el sofá y contempló las llamas, pensativo—. Por fin hemos contactado con Idhún. Así que Gerde ya tiene el enlace que quería con los sheks de la Tierra.

—Suponía que habría pasado algo así —asintió Victoria; tras un breve titubeo, se sentó a su lado—. Por eso estaba preocupada. Si ya has hecho lo que Gerde quería que hicieras, puede que no te necesite más, y entonces...

—Lo sé. Pero aquí, en la Tierra, estoy lejos de su alcance, y Shizuko no me haría daño sin una buena razón. Y, aunque a los otros sheks no les caigo bien, ahora es ella la que manda.

—¿Hasta qué punto? Quiero decir, que si ella tomara una decisión que a ellos no les gustase, ¿la aceptarían, sin más, si no hubiese una razón lógica? Al fin y al cabo, ella es reina: no puede tomar decisiones importantes basándose solo en motivos personales.

Christian la miró, sonriendo.

—Es curioso —dijo—. Ayer mismo te hablaba de las diferencias entre el pensamiento humano y el pensamiento shek... y, no obstante, por lo que parece nos conoces mucho mejor de lo que crees.

Victoria calló, sin saber si aquello era un reproche o un cumplido.

—He estado pensando —prosiguió él—, en todo lo que ha ocurrido entre nosotros últimamente. Sé que he estado frío contigo. En parte se debía a Shizuko, pero no solo a ella. Es que, después de todo lo que hemos pasado juntos, aún sentía que había algo que quería compartir contigo, un grado de intimidad que tú y yo no podríamos alcanzar nunca. Y eso me frustraba. Con Shizuko sí que tengo esa posibilidad, y supongo que eso me ha hecho replantearme muchas cosas. Como, por ejemplo, hasta qué punto sentía algo por ti, o estaba simplemente hechizado por la luz del unicornio. Sabes de qué estoy hablando, ¿verdad?

Victoria asintió, recordando a Yaren, el semimago que había buscado al unicornio toda su vida, y cuando al fin había obtenido de ella lo que quería, no había resultado ser lo que esperaba.

—¿Te sentías así después de lo de la otra noche? —murmuró.

—En parte. No, no pongas esa cara, ya te dije que fue especial para mí, y no te he mentido. Pero no pude evitar preguntarme qué pasaría ahora, si esto era todo, si no podíamos llegar más allá. Tanto el vínculo físico como el sentimental son importantes, Victoria, pero yo soy un shek: necesito un vínculo mental para fortalecer una relación, algo que la mera intimidad física no puede darme.

»Sin embargo, después de hablar contigo ayer, de poner las cartas sobre la mesa... se me ocurrió que tal vez no fuera del todo imposible. Porque, a fin de cuentas, no eres simplemente humana. Eres un unicornio.

—¿De qué me estás hablando, Christian? Me he perdido.

—Estoy hablando, otra vez, de las diferencias entre una relación física y una relación mental. ¿Sabes cuál es el máximo grado de intimidad al que puede llegar una pareja de sheks? Los humanos comparten sus cuerpos. Los sheks... fusionan sus mentes.

Victoria se quedó de piedra.

—¿Te refieres a entrar en la mente de otro? Pero eso ya lo haces a menudo, ¿no? Cuando lees sus pensamientos, por ejemplo.

—Voy a explicártelo de otra manera. La mente de una persona es como su casa. Hay casas más grandes y más pequeñas, casas acogedoras y casas siniestras, casas sencillas y casas laberínticas. La diferencia entre la mente de un humano y la de un shek es la que podría haber entre una choza y un castillo.

—Entiendo —asintió Victoria.

—Cuando miro a alguien a los ojos para leer su mente, en realidad es como si mirara el interior de su casa a través de las ventanas. Cuando quiero destruir una mente, envío parte de mi percepción a atacar las columnas que sostienen su casa. Pero fusionar dos mentes es algo distinto. Supone que abandonaría mi casa para recorrer la tuya, y que tú saldrías de la tuya para visitar la mía. Durante ese rato, cada uno de nosotros no sería él mismo. Dejaría atrás su propia mente, abandonada y vulnerable. Y por eso es algo peligroso, pero también una muestra de la confianza más absoluta. Porque cuando recorres la casa de otra persona, has de hacerlo con el convencimiento de que la tuya propia está en buenas manos. No es algo que pueda hacerse a la ligera. Los sheks llegan a ese grado de intimidad con alguien muy pocas veces en su vida. A veces, una sola, y a veces, ninguna.

Victoria respiró hondo, tratando de ordenar sus pensamientos.

—Y eso es lo que no puedes hacer conmigo —resumió.

—Eso es lo que pensaba que no podía hacer contigo —rectificó Christian—. Pero lo cierto es que no lo hemos intentado.

La miraba con seriedad, y con una intensidad que a Victoria le recordó los primeros tiempos de su relación, cuando se veían en secreto, cuando era un amor prohibido. El corazón empezó a palpitarle más deprisa.

—¿Me estás diciendo... que quieres fusionar tu mente con la mía?

—Me gustaría, sí.

Victoria no supo qué decir. De momento, estaba tratando de asimilar las implicaciones de lo que Christian le estaba proponiendo. Por un lado, la idea de entrar en la mente del shek, tan impenetrable y al mismo tiempo tan enigmática, la seducía hasta límites insospechados, igual que saber que él conocería hasta sus más íntimos secretos. Aquello derribaría por fin el muro de hielo que a veces se alzaba entre los dos, ayudaría a Victoria a comprender mejor al joven del que se había enamorado.

Por otra parte, tal y como lo había descrito, el shek tenía razón: la fusión de las mentes era algo muy íntimo..., demasiado, quizá. Porque, ¿qué sería Christian sin su misterio? ¿Y acaso no había cosas que ella quería guardar para sí? ¿Hasta qué punto podía olvidarse de sí misma por amor?

—Antes de que me respondas —prosiguió él—, quiero que tengas en cuenta tres puntos importantes. Primero, que algunas de las cosas que verás en mi mente no serán agradables, y no te van a gustar.

Victoria desvió la vista, turbada. Sabía a qué se refería.

—Debería poder vivir con eso —respondió, tras una pausa—. Sé quién eres y lo que has hecho. Lo sabía desde el primer momento, así que, si es cierto que te quiero tanto como creo, por mucho que me duela lo que vea en tu mente, mis sentimientos por ti no deberían cambiar.

Christian sonrió.

—Segundo —prosiguió—, que se necesita como mínimo una mente shek. Es decir, que es algo que tú podrías hacer conmigo, en teoría, pero nunca podrás hacer con Jack.

Victoria abrió la boca para hablar, pero no dijo nada.

—Sabes por qué lo digo, ¿no? Desde el principio te has esforzado mucho en darnos lo mismo a los dos, pero si fusionamos nuestras mentes, habremos alcanzado un grado de unión que jamás podrás tener con Jack. Debes tenerlo en cuenta.

Victoria reflexionó. Después, su rostro se iluminó con una amplia sonrisa.

—Pero eso tampoco es un impedimento —dijo—, porque Jack y yo fusionamos nuestros espíritus, hace mucho tiempo.

Ahora fue Christian el que se sorprendió.

—¿Que hicisteis qué?

—El no se acuerda, y no me extraña. Yo solo lo supe hace muy poco. Verás, cuando Yandrak y Lunnaris fueron enviados a la Tierra a través de la Puerta, hubo un momento en que sus espíritus se cruzaron... y por un momento fueron uno. Luego se separaron, y fue entonces cuando se reencarnaron.

»Lo supe cuando creí que Jack había muerto. Fue como si me hubiesen arrebatado una parte de mí, y en ese momento... mi alma supo por qué.

Christian sacudió la cabeza, perplejo.

—¡Por eso tenéis una conexión espiritual tan estrecha! Una conexión que se ha ido haciendo más fuerte a medida que Yandrak y Lunnaris iban despertando en vuestro interior.

Victoria asintió.

—Por eso, si es verdad que la fusión mental proporciona una unión tan íntima, no me importaría hacerlo contigo. Aunque la idea de dejar de ser yo me asusta un poco.

—Nunca dejas de ser tú, en realidad —la tranquilizó él—. Pero sí que es verdad que dejas atrás algo muy importante. Por eso hay que pensarlo muy bien.

—Y tú, ¿lo has pensado bien? —le preguntó ella, con curiosidad—. Ayer me decías que no sabías si querías seguir conmigo, y hoy me propones esto... No te entiendo.

 




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