Помощничек
Главная | Обратная связь


Археология
Архитектура
Астрономия
Аудит
Биология
Ботаника
Бухгалтерский учёт
Войное дело
Генетика
География
Геология
Дизайн
Искусство
История
Кино
Кулинария
Культура
Литература
Математика
Медицина
Металлургия
Мифология
Музыка
Психология
Религия
Спорт
Строительство
Техника
Транспорт
Туризм
Усадьба
Физика
Фотография
Химия
Экология
Электричество
Электроника
Энергетика

Buenas y malas noticias 17 страница



—¿Qué...? —empezó ella, pero no llegó a terminar la frase.

De una suntuosa tienda de precios prohibitivos acababa de salir una joven. Vestía ropa sobria, pero elegante y, a la vez, delicadamente femenina. Se movía con elegancia natural y con una sensualidad solo insinuada. Su cabello negro, recogido sobre la cabeza, caía sobre sus hombros, tan suave como un velo de terciopelo.

La estaba esperando un coche junto a la acera, pero ella pareció sentir la mirada de Christian, porque se volvió hacia ellos y, en medio de una calle abarrotada de gente, los miró.

Victoria nunca olvidaría la mirada de aquellos ojos rasgados, dos profundos espejos repletos de misterios, ni el gesto enigmático de su expresión de esfinge. Había algo en ella, un oscuro magnetismo que la turbaba y la fascinaba al mismo tiempo.

Christian se había quedado paralizado al verla. Victoria lo miró, preocupada, y descubrió que se había puesto pálido.

—Christian —susurró.

El shek reaccionó. Se volvió hacia ella con brusquedad y la abrazó por detrás, casi posesivamente, como si deseara protegerla de algún peligro invisible. Victoria se quedó sorprendida, porque él no era muy dado al contacto físico, y mucho menos en público. Pero Christian susurró en su oído:

—¡No la mires!

Y Victoria cerró los ojos y volvió la cabeza para apoyar la mejilla en el pecho del shek. Inmediatamente, una violenta sensación de mareo la invadió...

 

Cuando abrió los ojos de nuevo, Christian todavía la abrazaba, pero ya no estaban en Tokio.

—¡Christian! ¿Qué ha pasado?

El shek la soltó.

—Teníamos que irnos de allí. Y Limbhad no me pareció una buena opción.

Victoria miró a su alrededor. Se encontraba en un apartamento pequeño, sobrio, tan escasamente decorado que hasta habría resultado demasiado frío e impersonal, de no ser por la ventana, que se abría a una amplísima terraza, y un rincón donde había un sofá que parecía razonablemente cómodo, y que además estaba situado ante una chimenea.

—¿Dónde estamos?

Christian tardó un poco en responder.

—En mi casa —dijo finalmente.

A Victoria le latió el corazón más deprisa, y contempló el lugar con más interés. El salón era pequeño, y la cocina estaba integrada en él. También era pequeña y estaba demasiado limpia y ordenada, como si no se utilizara muy a menudo. En la pared del fondo había dos puertas.

—Ven —la llamó entonces Christian—. Quiero enseñarte una cosa.

Victoria lo siguió hasta la terraza y salió con él al exterior. Se asomaron a la balaustrada y contemplaron en silencio la gran ciudad que se extendía a sus pies, cubriendo la piel de la tierra con su manto de luces que desafiaban a la más oscura de las noches.

—Bienvenida a Nueva York —susurró el shek en su oído.

Victoria sonrió.

—¿Cómo me has traído hasta aquí? Estábamos en la otra punta del planeta.

—He usado un hechizo de teletransportación.

—¿Cómo? Ni siquiera los magos más poderosos pueden viajar tan lejos.

—Tampoco yo puedo. Es solo que este sitio, este ático, es mi centro... o, como diría un shek, mi usshak. Mi corazón.

—¿Tu corazón?

—Los sheks llamamos así a nuestro hogar, por decirlo de alguna manera. Pero nuestro hogar no es el sitio donde formamos una familia, donde nacemos, ni donde crecemos. Es una especie de santuario, un lugar que elegimos y que es solo nuestro, al que nos retiramos cuando queremos estar solos, cuando necesitamos descansar, o recobrarnos de nuestras heridas. Es nuestro refugio.

—Como un Limbhad para ti solo —murmuró Victoria.

—Algo así. Sabes que la magia que poseo no puedo utilizarla como debería, porque mi poder de shek interfiere y la sofoca. Pero en este caso es diferente. Este ático es mi corazón, pero también concentra el poder de mi mente. No podría usar el hechizo de teletransportación para ir a ninguna otra parte... pero sí para regresar a casa, porque este lugar tira de mí, y su recuerdo está tan clavado en mi mente que la magia es sólo un instrumento para que mi verdadero poder regrese a su fuente.

—Pero, ¿por qué me has traído aquí? ¿Fue por esa mujer que vimos en Ginza?

—Estableció un vínculo mental conmigo, con una sola mirada, Victoria. No sé quién es, ni cómo es posible que hiciera algo así, pero no me pareció seguro regresar a Limbhad. Mientras ese vínculo permaneciese activo, ella podría habernos seguido hasta allí.

Victoria recordó cómo, mucho tiempo atrás, Alsan había reñido a Jack por espiar a Christian por medio del Alma. «Kirtash podría haber llegado hasta nosotros a través de tu mente, y Limbhad habría dejado de ser un lugar seguro para la Resistencia», le había dicho Shail. Pensó también en Yaren, en cómo Christian había creado un vínculo mental con él tras mirarlo a los ojos, y había sido capaz de rastrearlo.

—¿Y no es peligroso haber venido aquí, entonces? Si es verdad que puede encontrarte, acabas de mostrarle tu usshak, tu santuario.

Christian sonrió.

—El usshak es algo sagrado para todos los sheks. Ninguno de nosotros entraría en el usshak de otro shek, ni física ni mentalmente, sin ser invitado, ni siquiera en el de un enemigo; eso es tabú. Por eso éste es el lugar más seguro del mundo, ahora mismo.

Victoria se estremeció al entender lo que implicaban aquellas palabras.

—¿Quieres decir que esa mujer era... una shek?

—No sé lo que era, solo sé que, por un momento sentí... que podía serlo. No fue su aspecto, sino su mente, lo que me alertó. Su forma de mirar. Incluso...

—Te lo dijo el instinto —concluyó Victoria en voz baja.

Christian sacudió la cabeza.

—Pero no hay nadie más como yo. Nadie. Por eso, ella no puede ser una shek.

—Eso es lo que te dice la lógica. Pero el instinto la contradice.

—En cualquier caso, si ella era una shek, no llegará hasta aquí, porque respetará mi casa. Y, si no lo es, tampoco nos alcanzará, puesto que, como tú misma has dicho, estamos en la otra punta del planeta. ¿Comprendes ahora por qué te he traído aquí, por qué me pareció mejor que regresar a Limbhad?

Victoria asintió, sin insistir más en el tema.

—Gracias de todas formas —le dijo—. Gracias por invitarme a tu usshak.

Christian sonrió.

—Lo cierto es que eres la única persona que ha entrado en este ático desde que vivo en él. A excepción de Gerde, que estuvo aquí una vez.

Victoria no hizo ningún comentario. Se quedaron un rato en silencio, contemplando las luces de la ciudad, hasta que ella murmuró:

—Tengo un poco de frío. Vuelvo dentro, ¿vale?

Christian asintió, sin mirarla. Parecía sumido en hondas reflexiones, y Victoria no quiso distraerlo. Volvió a entrar en la casa.

Abrió una de las puertas, en busca del cuarto de baño, pero se encontró con un pequeño estudio. Sonrió al ver el teclado al fondo de la habitación, el equipo de grabación, la cadena musical y toda la colección de discos de Christian, cuidadosamente ordenada. Pero también había un escritorio con un ordenador, y una estantería repleta de libros y de carpetas. Victoria decidió de pronto que no quería saber qué tipo de información se guardaba allí, de modo que cerró la puerta y abrió la contigua.

Pero tampoco era el baño. Aquel cuarto tenía una cama, una mesita de noche, una silla y un armario, nada más. La cama no era especialmente grande ni parecía especialmente mullida. Era una habitación fría y austera, como el resto de la casa.

Al fondo había otra puerta, y Victoria supuso que esa sí sería la del baño. Pero no fue capaz de dar un paso hacia el interior de la habitación.

—Aquí sí que no ha entrado nunca nadie —dijo de pronto la voz de Christian tras ella, sobresaltándola—. Nadie aparte de mí. Ni siquiera Gerde.

Victoria se volvió hacia él. El shek parecía un poco tenso y la miraba fijamente, con cierto recelo. La muchacha entendió lo difícil que estaba resultando para él abrirle las puertas de su casa, de su refugio... de su corazón. No porque se tratase de ella, sino porque nunca lo había hecho antes. No quiso forzarlo más.

—No te preocupes —murmuró—. Si he de pasar aquí la noche, entonces dormiré en el sofá, y si no, regresaré a Limbhad. No pasa nada, en serio.

Christian pareció relajarse un tanto.

—No —dijo—, puedes quedarte. De hecho... puedes venir aquí cuando quieras, si te sientes sola. Aunque Limbhad es más... cálido que mi piso, al menos aquí es de día de vez en cuando, y además, no es tan grande. Así que, a partir de ahora, cuando quieras venir, el Alma podrá traerte aquí desde Limbhad... porque ya eres parte de este lugar.

Victoria sonrió, emocionada.

—Gracias, Christian. Pero de verdad, no es necesario. No quiero invadir tu intimidad.

—Tendrás que hacerlo si quieres ir al baño —señaló él, con una sonrisa.

 

Victoria no se quedó en casa de Christian aquella noche, sino que regresó a Limbhad, mientras el shek volvía a Tokio a investigar sobre aquella misteriosa joven del distrito de Ginza. En esta ocasión no permitió que Victoria lo acompañara, y, aunque ella lo comprendía, en el fondo le inquietaba lo que Christian pudiera encontrar allí.

Un día, él volvió a Limbhad con un montón de papeles bajo el brazo.

—La he encontrado —dijo solamente.

Se sentaron en el sofá, y Christian le pasó la información que había obtenido. Victoria no entendió nada, puesto que los folios estaban en japonés; pero sí vio la fotografía de la joven encabezando el primero de ellos. La observó con interés. No le pareció tan misteriosa y fascinante en la imagen como al natural.

—Se llama Shizuko Ishikawa —empezó Christian—. Tiene veinticuatro años y es la heredera de una poderosa familia de empresarios. Se licenció en la Todai, la universidad más prestigiosa del país, y ahora dirige los negocios de su padre, que falleció hace unos meses. Entonces vivía en la mansión que su familia posee en Yokohama, pero se ha trasladado a un lujoso apartamento en el barrio de Takanawa, uno de los más caros de Tokio.

—¿Algo que la relacione con los sheks, o con Idhún?

Christian negó con la cabeza.

—Lo único raro que he visto es que ha cambiado la orientación de los negocios familiares tras la muerte de su padre. Entre las muchas empresas que poseían los Ishikawa había una cadena de cines y otra de hoteles; Shizuko Ishikawa las ha vendido para invertir más en investigación y nuevas tecnologías, sobre todo cibernética, informática y biotecnología. La familia Ishikawa tenía muchos intereses en el mundo del ocio, por lo que se ve, pero a Shizuko le importan otras cosas. Además, se ha metido en política. Puede que sea una opción personal y que no tenga nada que ver con la llegada de los sheks a la Tierra, pero...

—Entiendo —asintió Victoria—. Pero has dicho que ella tiene veinticuatro años, ¿no? Hace veinticuatro años los sheks ni siquiera habían invadido Idhún todavía. De ser ella medio shek, tendría que tener nuestra edad. No debería ser mayor que tú, en todo caso.

Christian sacudió la cabeza.

—La cuestión es que nada en su trayectoria vital indica que no sea humana.

—Pero es la clave que estabas buscando. Sea o no una shek, los otros sheks se comunican con ella, ¿verdad?

—Sí, y por eso sé que tengo que investigarla. El siguiente paso es abordar a la gente más cercana a ella, gente que la conoce personalmente. Antes de acercarme más, quiero saber quién o qué es. Necesito saber a qué me enfrento.

 

Christian regresó a Tokio aquella misma noche, y en esta ocasión tardó mucho más en volver a dejarse ver. Después de tres días sin tener noticias suyas, Victoria, inquieta, probó a pedirle al Alma que la llevase hasta el apartamento del shek en Nueva York; y, para su sorpresa, se materializó allí sin problemas. Aquélla era la prueba de que a Christian no le importaba tenerla allí, en su refugio privado, puesto que, en tiempos de la Resistencia, habían tratado mil veces de localizarlo a través del Alma, y esta nunca les había mostrado la imagen de aquel lugar. Victoria se preguntó cómo lograba Christian mantener su piso oculto a la percepción del Alma, y cómo se las había arreglado para cambiar esta circunstancia y permitirle, así, llegar hasta él.

El shek no estaba en casa; Victoria no quiso tocar nada ni curiosear entre sus cosas, por lo que se sentó a esperar su regreso.

Christian llegó al cabo de un rato. No pareció sorprenderse de encontrarla allí. No hizo ningún comentario. Se sentó a su lado y dijo, por todo saludo:

—No es ella, Victoria.

La joven parpadeó, confusa.

—¿De qué me estás hablando?

—De Shizuko Ishikawa. He explorado los recuerdos de personas que la conocen, y todos ellos creen que ha cambiado. Desde la muerte de su padre, o puede que antes. En apariencia es la misma Shizuko, pero hay cosas en ella... que no son igual que siempre. Piensan que se ha vuelto más fría, más distante. Y hay algo en ella que intimida a todo el que la mira a los ojos. Hay cosas que han cambiado en su forma de pensar y de actuar. Y, sin embargo, los negocios de su familia van mucho mejor desde que ella está al frente.

—Y, si ha cambiado tanto... ¿cómo es que nadie se hace preguntas al respecto? —preguntó Victoria, interesada.

—Se lo pasan por alto. Creen que son secuelas.

—¿Secuelas, de qué?

—Del accidente. Sí —confirmó Christian al ver la expresión de Victoria—. Shizuko Ishikawa sufrió un grave accidente de tráfico hace unos meses, un accidente que por poco le cuesta la vida. Por lo visto, cuando despertó en el hospital no recordaba nada. No sabía quién era ni cómo había llegado hasta allí. De hecho, al principio ni siquiera podía hablar, y hubo que enseñarle a caminar de nuevo.

—¿Y todo esto fue hace sólo unos meses? —inquirió Victoria, sorprendida, recordando a la elegante joven que había visto salir de aquella tienda, en Ginza.

—Una recuperación muy rápida, ¿verdad? —observó el shek.

Victoria alzó la cabeza para mirarlo.

—¿En qué estás pensando?

—Tengo una teoría —dijo él—, pero ahora mismo me parece demasiado descabellada. Y antes de volver a mirar cara a cara a esa mujer tendría que confirmarla. Me bastará con echar un vistazo a su historia clínica.

—¿De dónde sacas toda esta información, Christian? —preguntó Victoria, pasmada—. ¿Cómo te las arreglas para averiguar todas estas cosas?

Christian se encogió de hombros.

—Sólo es cuestión de buscar en los sitios adecuados y de sondear las mentes adecuadas.

—Comprendo —murmuró Victoria.

Christian se quedó contemplándola en silencio. Después, sin una palabra, se levantó y se dirigió a su estudio. Cuando regresó al salón, llevaba una carpeta entre las manos.

—¿Sabes qué es esto, Victoria? —le preguntó en voz baja.

Victoria lo intuía. Lo miró, llena de incertidumbre.

—¿Quieres verlo? —le ofreció Christian.

Ella sacudió la cabeza.

—No sé si me gustaría. Todavía no.

—Entiendo —asintió el shek—. Lo dejaré encima de la mesa del estudio. Estará allí para cuando quieras echarle un vistazo... si es que quieres.

El siguiente viaje de Christian a Tokio duró mucho más. Siempre era de noche en Limbhad, pero Victoria calculó que el shek llevaba ya fuera casi seis días. Y, aunque a través del anillo no percibía que él estuviera en peligro de ninguna clase, no podía evitar sentirse preocupada.

Había examinado concienzudamente gran parte de los libros de la biblioteca de Limbhad, pero no encontró nada que pudiera interesarle y, con el paso de los días, cada vez leía los textos con menos profundidad.

Recorrer Limbhad era todavía peor, porque seguía recordándole a Jack, y cada día que pasaba lo añoraba más.

Una noche decidió volver al apartamento de Christian en Nueva York. De nuevo lo encontró vacío, a pesar de que allí eran ya las dos de la madrugada. Encendió la chimenea para caldear un poco la casa, cogió una manta del armario y se arrellanó en el sofá, dispuesta a esperar lo que hiciera falta.

Debió de quedarse dormida, puesto que se despertó un rato después, sobresaltada. El fuego de la chimenea se había apagado hacía ya rato, y sobre ella se inclinaba una sombra que la miraba fijamente.

—Christian —susurró, mientras sus ojos se iban acostumbrando a la penumbra—. ¿Qué te pasa? ¿Estás bien?

—¿Qué haces en el sofá, Victoria? —preguntó él a su vez, en voz baja—. Estarías más cómoda en el dormitorio.

Ella negó con vehemencia.

—Es tu cuarto. Ya te dije que no quiero causarte molestias. ¿Qué te pasa? —repitió: había detectado un tono extraño en la voz de él.

Christian deslizó la yema de los dedos por el rostro de ella, acariciando su mejilla, luego su pelo y descendiendo después hasta su cuello. Victoria se estremeció entera.

—No es nada —dijo el shek, pero no convenció a Victoria—. No te preocupes por mí.

—La has visto, ¿verdad? —adivinó ella—. ¿Ya sabes quién es... qué es?

Hubo un breve y tenso silencio entre los dos. Victoria aguardó, conteniendo el aliento.

—Sí, la he visto —respondió Christian al fin—. Y ya sé quién es. Y qué es.

Se puso en pie.

—Voy a traerte otra manta —dijo—. Si vas a quedarte ahí, no quiero que pases frío.

Victoria abrió la boca para decir algo, pero finalmente optó por permanecer en silencio. Christian volvió con la manta y la arropó con suavidad. Después entró en su habitación y cerró la puerta tras de sí, sin ruido.

Victoria se tapó con las mantas hasta la barbilla y se acurrucó en el sofá, sintiéndose sola y perdida.

Ninguno de los dos pudo dormir aquella noche. Pero ninguno de los dos le confesó al otro sus dudas y temores, ninguno de los dos buscó consuelo en el ser amado, a pesar de que solo una puerta los separaba. La sombra de Shizuko Ishikawa, desde la distante y polifacética Tokio, se interponía entre ellos como un muro insalvable.

 

 

VIII

La memoria de los Oráculos

 

Los gritos de los trabajadores alertaron a Shail de que algo estaba sucediendo fuera. Levantó la vista de los documentos que estaba leyendo; Ymur, en cambio, no se inmutó, y siguió enfrascado en la lectura.

—Voy a ver qué pasa —dijo el mago. El sacerdote le respondió con un gruñido de asentimiento, sin llegar a levantar la cabeza.

Shail salió al atrio, donde se habían congregado todos. Los encontró mirando al cielo, lanzando exclamaciones de sorpresa y comentarios maravillados.

El joven mago alzó la vista y sonrió al divisar al elegante dragón dorado que se acercaba sobrevolando la línea de la costa.

—Es uno de los dragones artificiales, los vi volando sobre Nurgon el día de la batalla —dijo uno de los obreros, muy convencido.

Shail negó con la cabeza.

—Me temo que no, amigo. Si no me equivoco, ese dragón es de verdad; el único dragón de carne y hueso que queda en Idhún.

Lo miraron con incredulidad, pero aguardaron a que el dragón se posara en tierra para hacer más valoraciones. Cuando vieron que aterrizaba, en una zona despejada ante la entrada del Oráculo, todos corrieron a verlo más de cerca. Sin embargo, se quedaron a una prudencial distancia, protegidos por las enormes columnas del pórtico. Sólo Shail se adelantó, sonriente.

El dragón sacudió la cabeza y replegó las alas. Parecía fatigado, pero satisfecho de haber alcanzado su destino al fin. Le dirigió a Shail una mirada amistosa.

—¡Hola! —saludó—. Me alegro de verte. Siento haber tardado tanto en llegar, tuvimos problemas en Kazlunn. —Miró con curiosidad a las personas que lo observaban desde las columnas sin atreverse a acercarse más—. ¿Qué le pasa a esa gente? ¿Qué hacen ahí?

Shail rió de buena gana.

—Te tienen miedo, Jack. Hay que reconocer que, como dragón, resultas bastante imponente.

Jack estiró el cuello y abrió un poco un ala para observársela con mal disimulado orgullo.

—¿Verdad que sí? —rió, a su vez—. Bueno, no es mi intención asustar a nadie, así que adoptaré una forma más discreta.

Mientras hablaba, fue metamorfoseándose en el joven humano que Shail ya conocía. El mago contempló la transformación con interés.

—¿Dónde guardabas la espada? —preguntó, intrigado, al ver a Domivat sujeta a la espalda de Jack.

El chico sonrió ampliamente.

—Cuando me transformo, mi cuerpo humano desaparece sin más —explicó—. Incluida la ropa y todo lo que esté en contacto directo con él. Tardé un poco en descubrirlo, la verdad. Al principio no lo sabía, así que dejaba a un lado la espada para transformarme en dragón, y luego tenía que cargar con ella. No sé explicarlo, pero es como si, por el hecho de tener... dos almas, o de ser dos personas a la vez, en el mismo lugar, al mismo tiempo, tuviese derecho a «guardar» el cuerpo que no utilizo en ese momento, como quien tiene dos trajes y guarda en un armario el que no esté usando.

—¿Y a dónde van tu cuerpo y tu ropa cuando eres dragón? —quiso saber Shail, pero Jack alzó las manos, impotente.

—A mí no me lo preguntes, porque no tengo ni idea. Ni siquiera sabría decirte dónde está ahora el cuerpo de Yandrak. Sólo sé que, si lo deseo, puedo «llamarlo», de donde quiera que esté, y cambiar mi cuerpo humano por el suyo.

—Hay muchas cosas de las que tenemos que hablar —comentó el mago, aún un tanto desconcertado—. Cosas que no tuvimos ocasión de contarnos cuando coincidimos en la torre, porque estábamos más preocupados por el estado de Victoria y por todo lo que había pasado la noche del Triple Plenilunio.

—Tenías información que querías compartir conmigo —recordó Jack, poniéndose serio de pronto—. Y también yo tengo mucho que contarte.

Shail asintió.

—Vamos dentro, pues. Hay alguien que tiene interés en conocerte.

Se puso en camino hacia las columnas caídas del pórtico, pero se detuvo al ver que Jack no lo seguía. El joven se había quedado mirándolo, sin dar crédito a sus ojos.

—¿Que sucede? —preguntó el mago, inquieto.

—Shail, estás caminando —balbuceó Jack, perplejo—. Con las dos piernas. ¿Cómo es posible?

El le dirigió una amplia sonrisa.

—Sí, es otra de las cosas que quería contarte. Si todo va bien, no tardaré en presentarte al responsable de esto.

Jack siguió a Shail al recinto del Oráculo, y pudo ver con sus propios ojos qué estaban haciendo allí. Había andamios por todas partes, y unos inmensos remolques para escombros. El primer paso para la reconstrucción del edificio consistía en despejar la zona, tarea que parecía imposible a simple vista, dado el tamaño de los inmensos bloques de piedra que había que mover. Sin embargo, algunas de esas piedras estaban ya en los remolques.

—Los gigantes nos están ayudando —aclaró Shail al detectar la mirada del joven.

Jack no hizo ningún comentario. Se limitó a observarlo todo con interés, desde las improvisadas viviendas que se habían habilitado para los sacerdotes, hasta los progresos que habían hecho: las columnas que iban levantándose de nuevo poco a poco, los muros, que se iban alzando para dibujar otra vez las distintas estancias...

Shail lo guió hasta una zona más reservada, donde había un refugio que, a todas luces, llevaba mucho más tiempo allí. Había sido construido aprovechando parte de una estructura anterior, que no se había derrumbado del todo. La entrada era enorme, por lo que Jack dedujo que aquello era la morada de un gigante.

Entró, algo inquieto. Hasta el momento, el único gigante que había conocido era Yber, uno de los magos de la torre, y no se trataba de un gigante al uso. Según le habían dicho, no era muy grande en comparación con otros miembros de su raza y, por otra parte, tenía un carácter bastante más abierto que la mayoría de los habitantes de Nanhai. Una cosa era ver a un gigante lejos de su tierra, y otra, muy distinta, visitar la región de la que ellos eran dueños y señores.

La escena que vio, sin embargo, lo sorprendió.

Ymur, el sacerdote, era un gigante de cierta envergadura, más alto que Yber y más ancho de hombros. Por eso, tal vez, chocaba un poco verlo encogido sobre sí mismo, en un rincón, junto a la ventana, por donde entraba más luz, inclinado sobre un manuscrito que, obviamente, había sido escrito por y para gente más pequeña. No obstante, el gigante se aplicaba a la tarea de leer aquel texto con verdadera pasión, a pesar de lo incómodo que resultaba para él. Ni siquiera se dio cuenta de que entraban hasta que Shail carraspeó para llamar su atención.

—Ymur —saludó—. Ha llegado Jack, también conocido como Yandrak... el último dragón.

Ymur alzó la cabeza y los miró atentamente. El tono rojizo de sus ojos era algo apagado, como si su vista estuviera agotada de tanto descifrar libros antiguos, pero Jack todavía detectó en ellos una chispa de ingenio.

 




Поиск по сайту:

©2015-2020 studopedya.ru Все права принадлежат авторам размещенных материалов.