Помощничек
Главная | Обратная связь


Археология
Архитектура
Астрономия
Аудит
Биология
Ботаника
Бухгалтерский учёт
Войное дело
Генетика
География
Геология
Дизайн
Искусство
История
Кино
Кулинария
Культура
Литература
Математика
Медицина
Металлургия
Мифология
Музыка
Психология
Религия
Спорт
Строительство
Техника
Транспорт
Туризм
Усадьба
Физика
Фотография
Химия
Экология
Электричество
Электроника
Энергетика

Buenas y malas noticias 7 страница



Sin embargo, el instinto no podía equivocarse. Y su instinto le exigía que matase a aquella dragona.

Se había jurado a sí mismo que respetaría a Jack para no causar más dolor a Victoria. Pero nada le impedía pelear contra la dragona y destrozarla entre sus anillos. Se estremeció de placer solo de pensarlo. Con un chillido de ira, se arrojó sobre ella, abriendo al máximo sus alas y enseñando sus letales colmillos, impregnados de veneno. Y el odio lo cegó, igual que había cegado a miles de sheks antes que a él a través de generaciones, igual que había dominado también a los dragones.

 

Kimara se asustó al ver al shek precipitarse sobre ella, pero reaccionó deprisa. Había peleado en la batalla del bosque de Awa y, aunque no era tan buena pilotando dragones como lo había sido Kestra, ni poseía su experiencia en el combate contra los sheks, sabía defenderse. Tiró de las palancas para abrir las alas todavía más, en un movimiento que la hizo elevarse en el aire. Echó hacia atrás la cabeza de la dragona y vomitó una breve llamarada de advertencia. Esperaba con ello hacer retroceder al shek. Sabía, sin embargo, que no debía abusar del fuego del dragón, puesto que no era inagotable. Los dragones Escupefuego requerían renovar su magia ígnea cada cierto tiempo, tarea que estaba reservada a los hechiceros.

Por la escotilla lateral vio que Jack acudía en su ayuda con un rugido salvaje, y se le llenó el pecho de orgullo y alegría. Por fin, su amigo estaba empezando a comportarse como un auténtico dragón.

Como lo que era, al fin y al cabo.

 

 

Jack vio que el shek retrocedía un poco ante la llamarada de la dragona. Le obsequió con un rugido con el que pretendía llamarle la atención sobre su presencia. El shek se volvió hacia él, siseando, y le enseñó los colmillos... pero entonces sus ojos tornasolados brillaron de forma extraña.

Jack también parpadeó, confuso. Lo reconoció unas centésimas antes de que la voz telepática de la serpiente resonara en su mente:

«¿Jack?»

Sí, no cabía duda, era él. El dragón se preguntó cómo había identificado al shek entre los cientos de sheks que pululaban todavía por Idhún. No hacía mucho, todos le parecían iguales. Pero ahora era capaz de distinguir a Christian de entre todos los demás. Igual que había hecho Victoria... desde el principio.

«¡Christian!», pensó. Sabía que el shek había establecido un vínculo telepático con él y captaba sus pensamientos con claridad.

Los dos se miraron un momento; los ojos esmeralda del dragón se encontraron con los ojos irisados de la serpiente. Jack dejó escapar un gruñido, Christian un breve siseo. El odio seguía latiendo en ellos; el deseo de luchar, de matarse mutuamente, de destrozarse, aumentaba a cada instante, y resultaba cada vez más difícil de controlar.

«Por Victoria», se dijo Jack. Pero el recuerdo de la joven que lo aguardaba en la torre no sirvió, en esta ocasión, para calmar su odio. ¿Realmente valía la pena renunciar al placer que le produciría matar al shek... por ella?

Pero Christian batió las alas suavemente y retrocedió, y cerró la boca con un nuevo siseo; y el brillo letal de sus pupilas se apagó. Y Jack, con un soberano esfuerzo de voluntad, giró la cabeza para romper el contacto visual. Su cresta, que había erizado amenazadoramente, descendió de nuevo, con lentitud.

 

Kimara tardó un poco en comprender lo que estaba sucediendo. ¿Qué les pasaba a esos dos? ¿Por qué no peleaban? Cuando se dio cuenta de que el dragón y la serpiente se estaban comunicando de alguna manera, lo primero que pensó fue que Jack los había vendido a los sheks, había pactado con el enemigo... luego entendió que aquel shek debía de ser Kirtash, con quien Jack y Victoria habían establecido una extraña alianza. Apretó el puño con fuerza, tratando de controlar su furia. No lograba entender cómo era posible que ellos dos hubiesen perdonado a Kirtash todo el daño que había causado.

Alzó la cabeza, y sus ojos relucieron con el fuego del desierto. Bien, se dijo. Jack no dañaría a Kirtash porque aquella serpiente significaba mucho para Victoria, y él no quería herirla. Pero Kimara no tenía por qué respetar aquel acuerdo. Odiaba a Kirtash y, tiempo atrás, había jurado que encontraría el modo de matarle. Y, por una vez, el shek ya no era mucho más grande y poderoso que ella. Por primera vez, ella era igual de grande, y podía pelear contra él como lo haría un dragón.

Con una sonrisa de triunfo, hizo batir las alas a la dragona roja y se arrojó sobre Kirtash, con las garras por delante. Contaba con que Jack se apartaría y la dejaría matar a su enemigo. Es más, seguramente agradecería que Kimara hiciese por él lo que Victoria no le permitía hacer.

Por eso se llevó una sorpresa cuando el dragón se interpuso entre ambos y los separó con un gruñido de advertencia y un furioso batir de alas.

—¡Basta, Kimara! —le gritó—. ¡Es Kirtash!

—Ya lo sé —masculló ella. Trató de hacer girar a su dragón para esquivar a Jack, pero él volvió a interponerse. Bajó la cabeza hasta que sus ojos quedaron a la altura de la escotilla delantera.

—Basta, Kimara —repitió.

La semiyan se estremeció y bajó los ojos, incapaz de sostener la intensa mirada del dragón dorado. Temblaba de ira cuando hizo retroceder a la dragona, pero no dijo nada más. Jack la intimidaba como humano y le daba miedo como dragón, pero eso era algo que nunca reconocería, ni siquiera ante sí misma.

 

«¿Qué es eso?», preguntó Christian, que no apartaba los ojos de la dragona roja. Jack advirtió su mirada.

«No pierdas el tiempo, no es de verdad», respondió despreocupadamente; pero Christian detectó un tinte de amargura en sus pensamientos.

Jack dio media vuelta y reemprendió el vuelo hacia la Torre de Kazlunn. Christian se reunió con él, no sin antes dedicarle un suave siseo amenazador a la dragona de Kimara. Ella esperó que se alejaran un poco y después los siguió, a cierta distancia. Hizo que la dragona dejara escapar un resoplido teñido de humo, mostrando su disgusto.

«Dragones artificiales», dijo Christian. «Había oído hablar de ellos, pero nunca había visto uno de cerca. No imaginaba que fueran tan...»

«...¿reales?», lo ayudó Jack. «Sí, imagino que disfrutarías haciéndolo pedazos, pero contente, ¿quieres? La mujer que lo pilota es amiga mía».

Christian siseó por lo bajo, y Jack adivinó que estaba considerando si aquello era razón suficiente como para reprimir su instinto. Pareció juzgar que sí, porque su rostro de reptil mostró una larga sonrisa.

«Es una buena dragona», opinó. «Cuando os he visto juntos he pensado que era tu nueva novia».

—No tengo una nueva novia —estalló Jack, antes de darse cuenta de que el shek se estaba burlando de él—. Sigo teniendo la misma novia de siempre —añadió sin embargo, por si a Christian le quedaba alguna duda.

«También yo», replicó el shek brevemente. A Jack aún le resultaba un tanto extraño el hecho de que ambos estuvieran hablando de la misma persona.

«Ya hemos discutido eso», se dijo el dragón, cansado.

«Cierto», asintió Christian, que había captado sus pensamientos, aun cuando no estuvieran dirigidos a él. «Y no voy a volver a hablar del tema. Dime, ¿cómo está ella?».

Jack dudó.

«No sabría decirte. No muy bien».

«Pero se ha despertado, ¿verdad? Sé que se ha despertado. Está consciente».

«Sí, y va recuperando fuerzas poco a poco. Pero está... bueno, ya lo entenderás cuando la veas».

 

Jack tuvo que adelantarse para asegurarse de que los hechiceros de la torre dejaban aterrizar a Christian en la terraza. Se llevó consigo a Kimara, por si a ella se le ocurría volver a atacar al shek.

Entró en la torre, de nuevo transformado en humano, y empezó a repartir instrucciones; y nadie, a excepción de Qaydar, osó contradecirle cuando ordenó que desalojaran la planta en la que descansaba Victoria. La visita del shek era algo que solo les incumbía a ellos dos y, como mucho, al propio Jack.

—Te has vuelto loco —gruñó el Archimago.

—Sé lo que hago —replicó Jack secamente.

Qaydar quiso replicar, pero Jack lo miró fijamente durante unos instantes. El Archimago acabó por bajar la cabeza y retirarse a sus habitaciones, sin una palabra más.

Jack fue a asegurarse de que Kimara llevaba a su dragona al cobertizo y no volvía a molestarlos. Había aprendido que pocas personas podían sostener su mirada mucho tiempo. Había algo en sus ojos que los amedrentaba y, aunque al principio aquel hecho lo había incomodado, ahora lo encontraba muy útil en circunstancias como aquella.

Apenas unos instantes después estaba de pie sobre la balaustrada, haciendo señales a Christian que, suspendido en el aire, aguardaba el momento de aterrizar.

El shek pasó por su lado con la elegancia de una saeta de plata, levantando una corriente de aire a su alrededor que estuvo a punto de hacer perder el equilibro a Jack, a cuyos pies se abría un impresionante acantilado. Pero eso no amedrentó al dragón, que bajó a la terraza de un salto y se reunió con el shek un poco más lejos.

También Christian se había metamorfoseado en humano. Estaba a punto de entrar en el interior del edificio, cuando Jack lo detuvo.

—Espera, Christian. Antes de que la veas... —titubeó un momento.

—¿Qué?

—Bueno, has de saber que ella ya no es exactamente la misma. Pero... no dejes que eso os afecte. Le romperás el corazón si le das la espalda ahora.

—¿Después de todo lo que he sufrido por ella, crees que voy a darle la espalda ahora? —respondió el shek, estupefacto—. ¿Me tomas por estúpido?

Jack negó con la cabeza, muy serio.

—Yo sé por qué lo digo. No lo olvides, ¿de acuerdo?

Christian empezaba a impacientarse.

—¿Dónde está Victoria?

Descubrió una sombra de pena en la expresión de Jack.

—Deberías saberlo ya —dijo con voz extraña—. Está justo detrás de ti.

Christian esbozó una breve media sonrisa. Eso era imposible. La habría detectado. Percibía la luz de Victoria aun cuando no pudiera verla.

Pero los ojos de Jack hablaban en serio. Christian se volvió, lentamente, casi temiendo ver lo que iba a encontrarse allí.

Porque, en efecto, Victoria estaba detrás de él. Llevaba el pelo suelto, vestía una sencilla túnica blanca y estaba descalza sobre el suelo de mármol. Los observaba a ambos con los ojos muy abiertos, semioculta tras una columna, sin atreverse a avanzar más. Christian no la recordaba tan pequeña, ni tan frágil.

Los dos se quedaron mirándose un momento, hasta que Victoria bajó la cabeza.

—Os dejo solos —dijo Jack por fin—. Me encargaré de que nadie os moleste, pero si necesitáis algo... no andaré demasiado lejos. ¿De acuerdo?

Ninguno de los dos dijo nada. Jack franqueó el umbral de la terraza y cruzó la habitación. Cuando la puerta se cerró tras él, hubo un breve e incómodo silencio.

Christian se acercó a ella. Victoria no sabía qué decir. No lo recordaba tan alto, tan gélido, tan oscuro ni tan amenazador. Y no podía parar de temblar, no sabía si de miedo o de frío.

El alzó la mano para cogerle suavemente la barbilla. La obligó a levantar la cabeza. Victoria lo miró a los ojos, y un terror irracional la paralizó.

Christian se dio cuenta, y se obligó a sí mismo a apartar la mirada de los ojos de Victoria. Descubrir que ella había perdido la luz, y que en esta ocasión no estaba velada por un manto de tinieblas, sino que simplemente se había extinguido, estaba resultando un duro golpe para él, aunque se esforzaba por no dejarlo traslucir. Examinó el oscuro círculo que marcaba la frente de Victoria.

—Creo que se ha hecho más pequeño desde la última vez que lo vi —comentó suavemente.

—¿Tú crees? —dijo ella en voz baja—. Jack también dice que ha encogido. Pero nadie más lo ha notado.

—Puede que sea porque hace mucho tiempo que no te veo. Me resulta más fácil detectar los cambios.

Pronunció la palabra «cambios» con un matiz especial, quizá con un poco de dureza, y a Victoria se le cayó el alma a los pies. «Ya está», pensó. «Ahora me pedirá que le devuelva el anillo».

Pero Christian no dijo nada. Solo siguió mirándola.

—Yo... —dijo ella, tras un tenso silencio—. Sé que he perdido algo importante y que los dos lo echáis de menos. Lo siento mucho, Christian.

Christian permaneció callado. Victoria no se atrevía a mirarlo alos ojos, en parte porque él la intimidaba, en parte porque temía descubrir que él la contemplaba con la fría indiferencia con que trataba al resto del mundo. A todos los que no eran como él.

—Mírame, Victoria —dijo él entonces.

La joven titubeó un instante. Tragó saliva y, reuniendo valor, levantó la cabeza para volver a encontrarse con los ojos azules de él.

—¿Tengo que recordarte por qué estás así ahora? —preguntó Christian con cierta severidad.

—Porque Ashran me arrebató el cuerno.

—Porque le entregaste tu cuerno, Victoria. Yo estaba allí, y tengo muy buena memoria. Se lo entregaste para salvarnos la vida. A Jack y a mí. Gracias a eso estoy vivo todavía, estoy aquí. Y ahora dime... en el nombre del Séptimo, dime qué significa esto, por qué razón consideras que tienes que pedirme perdón.

—Porque arriesgaste tu vida por mí —respondió ella en voz baja—. Si estuviste en peligro fue justamente por mi causa. Y sé que ahora mismo estás empezando a preguntarte si valió la pena tomarse tantas molestias.

Christian tardó un poco en contestar.

—Veo que me conoces bien —dijo—. Pero te equivocas en una cosa. Una vez te dije... ¿recuerdas?, te dije que mientras viera en tus ojos que aún seguías sintiendo algo por mí, regresaría a buscarte. ¿De veras piensas que soy yo el que no quiere regresar? ¿Y qué hay de ti?

—Te tengo miedo —reconoció ella en un susurro.

De nuevo reinó el silencio entre los dos, un silencio pesado y lleno de dudas, que Christian rompió finalmente:

—Ven aquí.

La atrajo hacia sí. Victoria quiso resistirse, pero no fue capaz. Los brazos de él la rodearon, y la joven apoyó la cabeza en su hombro, temblando, y cerró los ojos. Navegaba desde hacía un buen rato en un mar de hielo y oscuridad, en la búsqueda desesperada de un sentimiento que parecía haberse extinguido. Tragó saliva y rodeó la cintura de él con los brazos, venciendo al miedo que la paralizaba. Los dedos de Christian se enredaron en su cabello. Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Victoria, que se dio cuenta, de pronto, de que su corazón latía con fuerza, de que, por debajo de la capa de escarcha que lo cubría, ardía aún una emoción intensa y sincera.

—Yo todavía te quiero, Christian —dijo en voz baja.

—Estás temblando —observó él—. ¿Miedo, frío...?

—Las dos cosas —confesó ella.

—No parece que puedas sostenerte en pie. Si te suelto, te caerás.

Victoria maldijo para sus adentros.

—Te has dado cuenta... Es verdad que me canso con mucha facilidad. Pero estoy mejorando. Cada día más.

Christian no dijo nada. «Lo sabe», pensó Victoria. «Sabe que eso no tiene nada que ver; que, aunque pueda volver a moverme con normalidad, aunque recupere fuerzas, no volveré a ser un unicornio».

Intentó separarse de él, pero Christian no la dejó.

—Está anocheciendo ya. Te llevaré a tu habitación para que descanses.

Victoria no tuvo fuerzas para oponerse. Dejó que él la alzase en brazos y cargase con ella hasta su cuarto. Tampoco tuvo fuerzas para pedirle que se quedara a su lado un rato más. Impotente, vio cómo Christian la arropaba con cuidado y salía de la habitación en silencio.

«No me ha besado», suspiró Victoria.

Sabía lo que eso significaba.

 

Christian encontró a Jack sentado en el alféizar de un pequeño balcón, en el otro extremo de la planta. El dragón le dirigió una mirada interrogante.

—Tenías razón —dijo Christian solamente.

Jack se recostó contra la pared.

—Espero que no hayas estado muy frío con ella. Más frío de lo que eres habitualmente, quiero decir.

Christian le dirigió una mirada de reproche.

—¿Y tú? ¿Qué hay de ti?

Jack calló unos instantes, pensativo, mientras alzaba la mirada hacia la más grande de las lunas, que ya emergía por el horizonte.

—He pensado mucho en ello —dijo por fin—. En la forma en que la veo ahora. En lo que siento. En que es muy posible que nada vuelva a ser igual entre nosotros. Y, por extraño que parezca... he llegado a la conclusión de que, a pesar de todo, la sigo queriendo. Aunque se haya vuelto una chica humana como otra cualquiera. Puede que sea solo añoranza, o que hemos pasado demasiadas cosas juntos para tirarlo todo por la borda, o porque es la única chica a la que he querido en toda mi vida. Pero no quiero perderla.

Y, como de todas formas, ya no hay nadie en el mundo como yo... tampoco tengo elección. Si he de escoger a una humana, ¿por qué no escogerla a ella? No sé si me explico.

Christian tardó un poco en responder.

—¿Tan seguro estás de que se ha vuelto completamente humana? —dijo entonces—. ¿Crees de verdad que no volverá a ser la que era?

Jack dudó un momento antes de decir:

—Te voy a contar una cosa... algo que solo sabemos ella y yo. Pero no lo comentes con ella, ¿vale?

Christian no dijo nada. Pese a ello, Jack prosiguió:

—Hace unos días le dije que cogiera el báculo. Entonces me pareció una buena idea: si ese artefacto funciona como un cuerno de unicornio, y es lo que Victoria ha perdido, era lógico pensar que le devolvería su poder o, al menos, parte de sus fuerzas. Pero...

—El báculo la rechazó —adivinó Christian—. No pudo cogerlo.

Jack asintió, pesaroso.

—Eso la ha destrozado. Ha sido un duro golpe para ella. He intentado hacer que lo olvidara, pero... no puede evitar pensar que Lunnaris ha muerto en su interior.

Christian movió la cabeza.

—Si eso hubiera sucedido, ella habría muerto también. Las dos esencias son en realidad una sola, Jack.

—No podemos saberlo. Victoria es una criatura única. No tenemos constancia de otros seres como ella. No sabemos en realidad cómo funciona su alma doble.

—Tiene todavía la marca en la frente —hizo notar Christian—. Esa marca señala una lesión en su parte de unicornio. Su cuerpo humano está sano. ¿Entiendes lo que quiero decir?

—Quieres decir que, si Lunnaris hubiese muerto, si Victoria hubiera perdido esa parte de unicornio, no tendría esa especie de agujero en la frente, ¿no? Pero el agujero se está cerrando, Christian. Se hace cada vez más pequeño. Y no sé si es una buena señal.

Christian calló un momento, sombrío. Jack lo miró.

—¿Qué?

—¿Te has parado a pensar —dijo el shek con lentitud— que, si ella se vuelve del todo humana... puede que en el futuro prefiera tener un compañero humano?

Jack se echó hacia atrás, perplejo.

—No, no lo había pensado —reconoció—. Es verdad que la he notado incómoda conmigo —añadió en voz baja.

Christian no dijo nada.

—Aun así —prosiguió Jack—, creo que seguiré a su lado mientras sea necesario. ¿Y tú? —le preguntó entonces—. ¿Qué vas a hacer con respecto a ella?

—Tenía planes. Y supongo que, a pesar de todo, lo que había planeado para ella sigue siendo la mejor opción.

Jack lo miró, interrogante. Christian procedió entonces a relatarle lo que había visto en Nanhai. Le habló de su encuentro con Shail, de sus conversaciones acerca de los dioses, de la llamada de socorro de Ynaf y de lo que se habían encontrado en la cordillera. Jack escuchaba, conteniendo el aliento. Era la primera vez que oía hablar de Ydeon, el forjador de espadas, el gigante que había creado a Domivat siglos atrás. Se hizo a sí mismo la promesa de visitarlo algún día en Nanhai. Sin embargo, las noticias sobre la llegada de Karevan a Idhún eran mucho más relevantes, por lo que se centró en aquel problema y en la solución que proponía Christian.

—¿Llevártela a la Tierra? —repitió—. ¿No tardará más en recuperarse allí que en la Torre de Kazlunn?

—Probablemente. Pero la Tierra no está amenazada por una inminente guerra de dioses, al menos que yo sepa. Y Victoria se ha vuelto mucho más pequeña que antes, a los ojos de un dios. Haya o no muerto su esencia de unicornio, es imposible detectarla ahora mismo. No creo que los dioses se den cuenta siquiera de que ella está aquí; y si lo hicieran, tampoco sería una buena noticia: puede que el Séptimo todavía tenga interés en ella.

Jack calló un momento, pensando. Después dijo, despacio:

—Puede que la Tierra no esté amenazada por una guerra de dioses; pero sí hay algo peligroso allí. La noche del Triple Plenilunio, cuando murieron todos esos sheks... algunos escaparon hacia otro mundo. De alguna manera abrieron una Puerta interdimensional y se marcharon... Yo los vi. Al principio pensé que lo había soñado, pero ahora sé que fue real. Y estoy convencido de que se fueron a la Tierra.

Los ojos de Christian se estrecharon un instante.

—Ziessel —dijo solamente.

Jack lo miró, interrogante, pero Christian no dio más detalles.

—Aun así, veo más fácil protegerla de un grupo de sheks que de un grupo de dioses.

—En eso te doy la razón.

Christian lo miró.

—¿Vendrías con nosotros, pues?

Jack dudó.

—¿De verdad que no hay nada que podamos hacer aquí?

—¿Contra un dios? —Christian sacudió la cabeza—. Estoy abierto a todo tipo de sugerencias.

Jack abrió la boca, pero no dijo nada. Christian se puso en pie.

—¿A dónde vas?

—Con Victoria. A velarla —titubeó un momento antes de añadir—. Yo también la he echado de menos.

 

Era todavía de noche, pero Kimara ya estaba cargando sus cosas en el interior de la dragona. El artefacto, ahora en reposo, yacía sobre el suelo de piedra del cobertizo; en aquel estado nadie habría creído seriamente que aquello pudiera confundirse con un dragón de verdad.

Kimara repasó las juntas, aseguró las correas, engrasó las palancas y revisó las alas. Cuando, con los brazos en jarras, echaba un vistazo crítico a la máquina, satisfecha, alguien dejó caer una mano sobre su hombro, sobresaltándola.

—Cuánto madrugas hoy —dijo tras ella la inconfundible voz de Jack—. ¿Pensabas marcharte sin despedirte?

Kimara desvió la vista, molesta, gruñó algo y recogió su manto del gancho donde lo había colgado, ignorando al joven.

—Sigues enfadada conmigo, ¿eh? —comprendió Jack.

Kimara se volvió para mirarle. El chico había apoyado la espalda en la pared y la observaba, con los brazos cruzados ante el pecho.

—No debiste impedir que luchara contra ese shek —dijo al fin.

—Te habría hecho pedazos.

—¿Y tú qué sabes? No estabas en la batalla de Awa. Los Nuevos Dragones podemos plantar cara a los sheks.

—No lo dudo. Pero, de todas formas, ese shek es un aliado. No tiene sentido que...

—¿¡Aliado!? —cortó Kimara, estupefacta—. ¡Shail y Zaisei dijeron que te había matado!

Jack ladeó la cabeza.

—¿Tengo aspecto de estar muerto, Kimara?

Ella desvió la mirada, incómoda.

—Shail y Zaisei no vieron todo lo que pasó —prosiguió él—. La pelea la empecé yo. Y salí muy bien parado, dadas las circunstancias. Es una historia muy larga de contar, pero me basta con que sepas que yo no considero que tenga que hacerle pagar nada a Christian, así que no tiene sentido que intentes vengar mi supuesta «muerte».

Kimara movió la cabeza en señal de desaprobación.

—Me sorprende que lo defiendas. Y que le permitas estar a solas con Victoria.

—¿Por qué no debería permitírselo? Tiene el mismo derecho que yo a estar con ella. Eso también es una larga historia.

Kimara alzó la cabeza para mirarlo a los ojos. Su presencia la intimidaba, pero se armó de valor para decirle:

—Has cambiado mucho desde que te conocí. Antes eras diferente. Odiabas a los sheks... como todos los dragones.

—Sigo odiándolos, Kimara. Por desgracia, no es algo de lo que uno pueda desprenderse con facilidad. Simplemente, creo que el odio es un sentimiento que no conduce a ninguna parte. A los sheks y a los dragones solo nos ha traído milenios de luchas teñidas de sangre.

Incapaz de seguir sosteniéndole la mirada, Kimara bajó la cabeza.

—¿Es por eso por lo que no te has unido a los Nuevos Dragones? ¿Por lo que no quieres ir a Kash-Tar? ¿O es también por Victoria?

—Victoria está ahora en buenas manos —sonrió Jack—. Y no es que no quiera ir a Kash-Tar. Es que sé que no debo.

Kimara lo miró, sorprendida.

Debes hacerlo. Es lo que han hecho los dragones siempre, luchar contra los sheks, matarlos.

—Sí, me temo que ese es el problema. Por eso no debo seguirles el juego.

—¿A quiénes? ¿A los sheks?

«No; a los dioses», pensó Jack, pero no lo dijo. Desvió su atención hacia la dragona de la semiyan.

—No parece muy viva —comentó, un poco decepcionado.

 




Поиск по сайту:

©2015-2020 studopedya.ru Все права принадлежат авторам размещенных материалов.