Помощничек
Главная | Обратная связь


Археология
Архитектура
Астрономия
Аудит
Биология
Ботаника
Бухгалтерский учёт
Войное дело
Генетика
География
Геология
Дизайн
Искусство
История
Кино
Кулинария
Культура
Литература
Математика
Медицина
Металлургия
Мифология
Музыка
Психология
Религия
Спорт
Строительство
Техника
Транспорт
Туризм
Усадьба
Физика
Фотография
Химия
Экология
Электричество
Электроника
Энергетика

Buenas y malas noticias 26 страница



«NopuedesescondertebasuranopuedesescaparsobrasdesperdicioscomoteatrevesaestaraquíbasurabasurabasuravamosadestruirtevamosadestruirteVAMOSADESTRUIRTEVAMOSADESTRUIRTEVAMOSADESTRUIRTE»

 

Gaedalu no se presentó en el comedor aquella noche, y Zaisei fue a verla después de la cena. La encontró probándose el atuendo habitual de los varu, aquellas correas que ceñían sus cuerpos cuando nadaban bajo el agua, y aquello la sorprendió.

—Madre, ¿vais a ir al mar? ¿A estas horas?

«No, Zaisei», sonrió ella. «Solo me estaba preparando».

—Preparando, ¿para qué?

«Mañana, con el primer amanecer, partiré en dirección a Dagledu».

—¿A Dagledu? —repitió Zaisei, consternada—. ¡Pero si acabáis de llegar!

Gaedalu respondió con un gesto de impaciencia.

«El Oráculo no es más que una escala en mi viaje, hija. Mi meta es la capital del Reino Oceánico. Los asuntos que me llevan allí son personales, sin embargo, por lo que no tienes por qué acompañarme, si no lo deseas. De hecho, preferiría que te quedases aquí. En el Oráculo estaréis seguras».

—Madre, no entiendo nada —murmuró ella, perpleja—. Habéis pasado mucho tiempo lejos de casa. El Oráculo está a vuestro cargo y ni siquiera habéis saludado a las sacerdotisas residentes a vuestro regreso. Además, están pasando cosas muy extrañas; la Sala de los Oyentes ha sido clausurada, y las sacerdotisas que trabajaban en ella están en un estado lamentable. Parece ser que la sordera de la hermana Eline es irreversible, y la hermana Ludalu sigue trastornada. Es incapaz de decir nada coherente. Las sacerdotisas cuidan de ella, pero no parece que vaya a recuperar la cordura. Parece muy desgraciada.

»Y, no obstante, quien más me preocupa es la pequeña Ankira. Está aterrorizada y...

«Me ocuparé de todo ello a mi regreso, Zaisei», cortó la Venerable. «Lo que tengo entre manos es sumamente importante, y cuanto antes finalice mi tarea, mejor».

—¿Sumamente importante? ¿Qué puede haber más importante que la seguridad de una niña?

Sus palabras habían sonado un poco duras, y Zaisei se arrepintió en seguida de haberlas pronunciado, porque el estado de ánimo de Gaedalu cambió súbitamente. La celeste percibió odio e ira en el corazón de la Madre Venerable pero, sobre todo, un dolor profundo e inconsolable.

«¿Qué puede haber más importante?», repitió Gaedalu. «La seguridad de todas las niñas del mundo. No pude proteger a mi hija, y lo menos que puedo hacer es tratar de proteger a las hijas de todas las demás. Sobre todo, ahora que sé cómo evitar que otras madres sufran lo mismo que yo, que otras hijas se queden huérfanas de madre... como te pasó a ti».

—¿Qué tienen que ver mi madre y vuestra hija con todo esto? —quiso saber Zaisei, desconcertada.

Gaedalu le obsequió con su característica risa gutural, pero en esta ocasión fue una risa amarga.

«Mi hija Deeva fue asesinada, Zaisei», le reveló. «Mi hija está muerta».

La celeste abrió los ojos al máximo, horrorizada, y se llevó las manos al pecho, con un suspiro.

—Lo siento mucho, Madre Venerable —murmuró—. No lo sabía.

Gaedalu la miró con ternura.

«Regresa a tu habitación y descansa, Zaisei», dijo. «Dagledu no está lejos; pronto volveré al Oráculo, pronto me tendréis de nuevo entre vosotras».

La celeste sacudió la cabeza.

—No, Venerable. Si habéis de marchar, yo iré con vos.

«¿No te fías de mí?».

—Temo por vos, Madre. Percibo mucho dolor y cólera en vuestro corazón, y quiero tratar de evitar que esos sentimientos se vuelvan contra vos y os hagan daño.

Gaedalu le dirigió una triste mirada.

«Me temo que ya es tarde para eso».

 

Zaisei apenas durmió aquella noche. Temía que Gaedalu se marchara sin avisarla. No obstante, antes del primer amanecer oyó unos suaves golpes en la puerta, y se incorporó, sobresaltada.

«Estoy lista, Zaisei», dijo la Madre en su mente.

La celeste respiró hondo y echó un vistazo por la ventana. El mar estaba en calma, y las tres lunas brillaban suavemente en el firmamento. No había vestigios del primer amanecer.

«¿Tan temprano?», se preguntó, un poco sorprendida.

Gaedalu captó aquel pensamiento.

«Es cierto, es muy temprano y querrás descansar. Sigue durmiendo, hija. Nos veremos a mi regreso».

—¡No, Madre! —exclamó Zaisei, levantándose de un salto—. Aguardadme en el muelle. Enseguida bajo.

Había olvidado que Gaedalu debía aprovechar la marea alta. Se dio prisa en vestirse y en llenar su bolsa con lo básico y una túnica limpia. Y, con un suspiro, abandonó la habitación. Sabía que el viaje a Dagledu iba a ser muy incómodo para ella, y todo su cuerpo suplicaba que regresase a su cama, que tanto había añorado en los últimos meses. Pero la joven no le hizo caso.

En silencio, recorrió los pasillos vacíos del Oráculo. Oyó a Ankira gimotear en sueños cuando pasó delante de las habitaciones de las novicias, y dudó un momento, pero finalmente apretó el paso.

Gaedalu ya estaba en el muelle cuando ella llegó. El Oráculo disponía de una pequeña cápsula de navegación tirada por lamus, pequeños mamíferos marinos de grandes ojos almendrados, pelaje verdoso, hocico puntiagudo y largas aletas, que acudían siempre a la llamada telepática de los varu. En aquellos momentos Gaedalu estaba ya en el agua, alimentando a cinco lamus, que gorgoteaban a su alrededor, emocionados. Mientras los animales daban buena cuenta de la golosina, Gaedalu fue enganchándolos uno a uno a los arneses de la cápsula que aún reposaba en suelo firme.

«Coge la bolsa y métela en el bote», dijo Gaedalu, sin dejar de acariciar a los lamus.

Zaisei vio una bolsa impermeable sobre el muelle. La puso junto con sus cosas en el interior de la cápsula. Gaedalu se volvió hacia ella. El lamu más cercano atrapó limpiamente el último pescado que ella le ofrecía, en un movimiento que hizo que el bote se bamboleara un poco.

«¿Estás lista?».

Zaisei trepó por la pequeña escalera lateral para alcanzar la puerta que se abría en lo alto de la cápsula. Se deslizó hasta el interior y cerró la puerta sobre ella. Después se asomó al cristal de una de las ventanillas y le hizo una seña de asentimiento a Gaedalu.

La varu se hundió en el agua sin ruido. Enseguida, los cinco lamus tiraron a la vez, y la cápsula, con una sacudida, cayó al agua.

Momentos después, guiados por Gaedalu, que nadaba a la cabeza, los lamus surcaban velozmente la superficie del océano, arrastrando el vehículo tras de sí, mientras las tres lunas los observaban desde un cielo cuajado de estrellas.

 

XI

El corazón de la serpiente

 

VICTORIA había regresado al piso de Christian porque estaba cansada de la noche de Limbhad, y porque sabía que sus ojos agradecerían trabajar a la luz del día. Había cogido algunos libros de la biblioteca, aquellos que le habían parecido más interesantes, y los había cargado en una mochila, dispuesta a proseguir con su investigación en un ambiente más agradable.

Sin embargo, el ático seguía estando vacío y frío... y, cuando Victoria comprobó que Christian seguía sin aparecer por su propia casa, un soplo helado hizo estremecer su corazón.

Procuró no pensar en ello. Depositó sobre una mesita los libros y el diario que él le había regalado; descubrió que había olvidado coger un bolígrafo, y entró en el estudio en busca de uno. Se detuvo junto al escritorio. Se preguntó si no sería mejor trabajar en aquella habitación, pero descartó la idea. Por alguna razón, sentía que aquel estudio, el lugar donde Christian había compuesto sus canciones, pero también donde había reunido información sobre todas sus víctimas, era un espacio privado, casi sagrado, aún más que su propia habitación.

Inspiró hondo. A pesar de la intimidad que habían compartido días atrás, el shek se mostraba tan frío y distante como si apenas la conociera... como si ya no sintiese nada por ella. Victoria sacudió la cabeza. Sabía que había algo secreto y misterioso que unía a Christian y a la mujer de Tokio, y lo conocía lo bastante como para comprender que se sentía fascinado por ella. No era eso lo que le preocupaba, en realidad, sino la posibilidad de que él hubiese decidido abandonarla... y, sobre todo, que hubiese estado jugando con ella. Sabía que los sentimientos de él habían sido sinceros tiempo atrás, pero... ¿qué debía pensar ahora? ¿Qué podía esperar de alguien que la llevaba hasta su cama e inmediatamente después se olvidaba de ella? En el fondo, Victoria temía que, tras su larga enfermedad, Christian hubiese perdido el interés por ella, tratándola como a una humana más... como lo que, durante un tiempo, había pensado que era. Y Victoria podía asumir que los sentimientos de él pudieran haberse enfriado, podía aceptar que estuviese con otra mujer... pero no soportaba la idea de que lo que habían compartido noches atrás pudiese haber sido un simple juego para él, un entretenimiento, algo que se utiliza para pasar el rato y después se olvida en un rincón.

Decidió no pensar más en ello. Cogió el bolígrafo y se dispuso a salir de la habitación, cuando su mirada se posó en una imagen familiar.

Todos los discos de Christian estaban perfectamente catalogados en una estantería que cubría casi media pared. Sólo había uno fuera de su sitio, y la imagen de la carátula evocó en la mente de Victoria los recuerdos de tiempos pasados: tiempos que, descubrió en aquel instante, añoraba profundamente.

No pudo evitar coger el disco de Chris Tara con delicadeza, casi como si se tratase de una reliquia. Respiró hondo y sintió que necesitaba volver a oír aquellas canciones que le habían hecho sintonizar con el alma de Christian de forma tan perfecta, incluso sin conocer su identidad. Necesitaba volver a vibrar con Beyond y volver a creer que existía una conexión milagrosa entre dos extraños, un puente entre dos islas distantes. Sacó el disco y lo insertó en el equipo de música.

Pronto, las notas sugestivas y envolventes de la primera canción inundaron la habitación. Victoria no tardó en rememorarla, pese a que hacía tiempo que no la escuchaba.

Aquel tema era Cold, el que había dado a conocer a Chris Tara, el primero que había sonado en las emisoras de radio y el primero que Victoria había escuchado. En aquel entonces la letra, lejos de parecerle arrogante o provocativa, había inspirado en ella una intensa curiosidad hacia la persona que la había compuesto, una fascinación que la había llevado a escuchar aquella canción una y otra vez, buscando leer entre líneas, tratando de alcanzar algo que parecía tan frío y lejano como la misma luna. En aquel tiempo se había permitido soñar con la luna, suspirar por algo inalcanzable. Pero ahora, escuchando de nuevo la letra de Cold, le pareció tan dolorosamente real, tan íntimo y a la vez tan intangible, que cerró los ojos y lloró, mientras aquellas notas, aquellas letras, se clavaban más y más profundamente en su corazón, recordándole, una vez más, la verdadera esencia de la persona a la que amaba.

You think we're not

so different at all

Human body, human souls

but under your skin

your heart's beating warm

and under my skin

there's nothing more than something cold.

So don't follow me,

don't reach me,

don't trust me,

don't,

unless you have a dark soul

unless you want to be alone.

You think we're not

so distant at all

I read your mind, you listen to my words

but within your eyes

there's a spark of emotion

and within my eyes

there's a breath of cold

So don't follow me

don't reach me,

don't trust me,

don't,

unless you have a dark soul

unless you want to be alone.

'Cause you're so human

so obviously human...

you can feel love, anger or pain

but emotion flames won't light

in a kingdom of ice

in the heart of a snake.

 

[ Piensas que no somos / tan distintos, después de todo. / Cuerpo humano, almas humanas; / pero bajo tu piel / late un corazón caliente / y bajo mi piel / no hay nada más que algo frío. // Así que no me sigas, / no me alcances, / no confíes en mí, / no lo hagas, / a no ser que tengas un alma oscura, / a no ser que quieras quedarte sola. // Piensas que no estamos / tan distantes, después de todo. / Yo leo tu mente, tú escuchas mis palabras, / pero en tus ojos / hay una chispa de emoción / y en mis ojos / hay un aliento frío. // Así que no me sigas, / no me alcances, / no confíes en mí, / no lo hagas / a no ser que tengas un alma oscura / a no ser que quieras quedarte sola. // Porque eres tan humana, / tan obviamente humana... / tú puedes sentir amor, ira o dolor, / pero las llamas de la emoción no prenderán / en un reino de hielo, / en el corazón de una serpiente. ]

 

Victoria se apoyó en la pared y se mordió el labio inferior hasta hacerlo sangrar. Sabía que aquella letra correspondía a una etapa anterior, a una época en la que Christian aún no sentía nada por ella o, si lo hacía, no lo había asumido aún. Pero, a su vez, reflejaba con tanta perfección la actitud de Christian aquellos días, que Victoria no pudo menos que preguntarse, una vez más, si era cierto que los sheks no podían amar a nadie; si Christian, ahora que había obtenido todo lo que ella podía entregarle, le daría la espalda y la abandonaría; si todo aquello no había sido más que una ilusión.

No, se dijo. Ni siquiera él podía ser tan ruin como para utilizarla de aquel modo. Dejó que las notas del siguiente tema fluyeran por la casa, respiró hondo y regresó al salón: debía seguir trabajando.

 

«¿En serio te gusta este lugar?», preguntó ella. «Yo lo encuentro feo y deprimente».

«Sólo en apariencia», respondió él. «También tiene cosas hermosas».

«Las cosas que los humanos todavía no han logrado corromper. No deben de ser muchas».

«También saben crear belleza, aunque te cueste creerlo. Aun así, con humanos o sin ellos, este mundo es enorme y está lleno de cosas nuevas y extrañas. Cosas que quiero aprender y entender».

«Pero no tiene magia».

«Pronto, Idhún tampoco la tendrá. Entonces todos echaremos de menos a los unicornios».

«Los unicornios..., qué traidores. Se volvieron contra nosotros cuando se suponía que no debían intervenir. También a mí me gustaría que las cosas hubieran sido de otra manera, en lo que respecta a ellos».

«La profecía los obligó a tomar parte en todo esto».

«No debería haber sido así. No se nos puede reprochar todo lo que pasó el día de la conjunción astral. Los sangrecaliente no juegan limpio, sus dioses son unos tramposos».

Christian no respondió.

Estaban, de nuevo, en el apartamento de Shizuko en Takanawa. Se habían sentado en la terraza y contemplaban el extraño mundo que se abría ante ellos, la noche tokiota que lanzaba al firmamento un desenfreno de luces de colores. Ninguno de los dos hablaba, no con sus cuerdas vocales. Hacía tiempo que habían dejado de comunicarse como los humanos. Habían establecido un estrecho vínculo mental, privado, y solían pasarse horas y horas conversando. Tenían tantas cosas en común.

«No sé si quiero volver», dijo entonces Shizuko.

«¿Por qué razón? Pensaba que odiabas esto».

«No quiero volver a Idhún con este cuerpo. Tal y como soy ahora, este mundo es el único lugar en el que podría estar».

«No es tan malo una vez que te acostumbras», opinó Christian. «Este mundo, el cuerpo humano... los sheks somos criaturas adaptables, hemos sobrevivido donde otras especies no podrían. En eso reside gran parte de nuestra fuerza».

«Aun así no podría acostumbrarme. Soy demasiado shek para sentirme cómoda aquí».

«Sé lo que quieres decir. Yo también soy demasiado shek para sentirme a gusto entre los humanos, para poder apreciar el mundo desde su punto de vista. Pero, por otro lado, también soy demasiado humano para ser plenamente aceptado por los sheks».

«No te lamentes. Si hubieses cumplido con tu deber, seguirías formando parte de nuestro mundo», le reprochó ella.

Christian esbozó una media sonrisa.

«No me lamento. Así son las cosas; yo sabía cuáles eran las consecuencias, y asumí el riesgo. No me arrepiento de nada de lo que hice».

«No puedo creer que no nos eches de menos. Si a mí ya se me hace angustiosa la red telepática que hemos formado aquí, tan reducida comparada con la red que hay en Idhún... ¿cómo debe de ser haber roto los lazos con toda la raza shek? No quiero ni imaginarlo».

«Fue muy duro», reconoció Christian. «Sobre todo al principio. Mi parte shek se debilitó tanto que me volví mucho más humano».

«Qué horror», comentó Shizuko con sinceridad. «No creo que los sangrecaliente con los que te has aliado sean plenamente conscientes del sacrificio que llevaste a cabo por ellos... por ella».

Christian no contestó. No respondía cuando Shizuko mencionaba a Victoria, por lo que la shek cambió de tema.

«Contempla todo esto», dijo, paseando su mirada por el paisaje de la gran ciudad. «Cuando regresaste de tu primer viaje a la Tierra e informaste a Ashran de lo que habías encontrado, no quise creerlo. ¡Un mundo dominado por humanos! Me parecía demasiado insólito como para ser cierto».

«Es porque apenas han tenido competencia. Pero, ¿sabías que, en un pasado remoto, este mundo también estuvo gobernado por grandes seres de sangre fría?».

«Ah, sí, he leído algo al respecto. Se extinguieron».

«Una vez, en un museo, vi el esqueleto de uno de ellos. Me recordó a un dragón... en ciertos aspectos».

«En más de los que crees. También ellos se han extinguido», respondió ella, con una nota de humor siniestro.

Christian sonrió.

«Algo mató a los grandes saurios de la Tierra. Pero, si siguiesen con vida, tal vez habrían evolucionado... quizá serían inteligentes, más que los humanos. Y más poderosos. Los humanos no saben la suerte que tuvieron».

«Ya es hora de que este planeta vuelva a pertenecer a los sangre-fría», opinó Shizuko. «Está claro que los humanos no son la raza más adecuada para gobernar un mundo. No son lo bastante listos, ni saben cuidarlo bien. Se nutren de su planeta, pero no dan nada a cambio. Son una plaga».

«Esa es otra de las claves de su éxito en este mundo».

«Debe de serlo. Su inteligencia es superior a la del resto de seres de su planeta, pero aun así siguen siendo demasiado estúpidos. Ni siquiera tienen magia, ni ningún poder especial, salvo esa manía suya de querer cambiarlo todo, de querer transformarlo todo. Y están sus cuerpos», añadió, tras una pausa. «Que tampoco son aptos para la supervivencia».

«No», coincidió Christian. «Son pequeños...»

«...blandos...», añadió Shizuko. «Tan...»

«Frágiles», pensaron los dos a la vez.

Sus mentes se armonizaron un instante, centradas en un mismo concepto. Se miraron. Fue una mirada larga, intensa, en la que sus pensamientos estuvieron entrelazados, hasta que él rompió el contacto, y cada uno volvió a refugiarse en su propia mente. El pecho de Shizuko se estremeció de forma imperceptible.

«Eres interesante», le dijo a Christian.

Desde el punto de vista de un shek, aquello era un cumplido.

 

Cuando Christian regresó a casa, Victoria estaba sentada en el sofá, y escribía en el cuaderno que él le había regalado. Una música familiar sonaba desde el estudio, y Christian ladeó la cabeza para escucharla.

—Hacía mucho tiempo que no oía esta canción —comentó.

—Es Beyond —sonrió ella—. Mi canción favorita.

Christian no respondió. Dio media vuelta para dirigirse a su habitación, pero Victoria lo detuvo.

—Espera, Christian —le dijo, muy seria—. Creo que tenemos que hablar.

Christian titubeó un instante, pero después asintió.

—Sí —dijo con suavidad—. Tenemos que hablar.

Momentos después estaban sentados en el sofá, Victoria mirando al suelo, Christian con la vista fija en la chimenea, pero ninguno de los dos se animaba a comenzar la conversación.

—Quiero hablarte —empezó por fin Victoria, rompiendo el silencio— de lo que pasó la otra noche.

Christian alzó una ceja.

—¿Por qué? Me pareció que te gustó.

Victoria entrecerró los ojos.

—¿Cómo puedes ser así? —le reprochó, herida—. Sabes muy bien que no es eso lo que tengo que decirte. Hace unos meses, en la Torre de Kazlunn... dijiste que estabas esperando que te invitara a pasar la noche conmigo. Me dijiste... —le tembló la voz, pero se sobrepuso—, me dijiste que no me romperías el corazón después. Que yo no te era indiferente.

—Sí, lo recuerdo.

—¿Me mentiste, acaso?

—No. Te dije la verdad, Victoria. No me eres indiferente.

—Entonces, ¿por qué te comportas como si lo fuera? ¿Cuál es la excusa esta vez?

Christian no dijo nada.

—¿Tanto han cambiado las cosas? —prosiguió ella en voz baja—. ¿Tanto se ha enfriado lo nuestro después de mi... enfermedad? Mira... puedo entender que ya no me quieras como antes, pero... no sé... podrías haber tenido el detalle de hacérmelo saber antes de lo de la otra noche. Sobre todo si tenías intención de romper conmigo después.

Christian la miró, muy serio.

—¿Qué te hace pensar que quiero romper contigo?

—Todo, Christian. Tu forma de tratarme, tu forma de ignorarme. Sabía que mi regreso a la Tierra iba a ser extraño y que no ibas a estar pendiente de mí a todas horas, y tampoco lo pretendía. Pero es que esto... esto... esto es demasiado. Volví a la Tierra para estar contigo. He dejado atrás a Jack para estar contigo. Pero si tú no quieres estar conmigo, entonces dímelo claramente, y me volveré a Idhún, con Jack... quien seguramente sí me echará de menos.

—Esto ya lo hemos hablado. Si no quisiera estar contigo...

—... no me dejarías estar en tu casa, ya lo sé. Pero también se que, si quisieras estar conmigo... estarías conmigo. Y no es el caso. No te pido que te quedes a mi lado todo el tiempo, ni que dejes de lado lo que sea que estés haciendo, pero dime... dime qué está sucediendo. Necesito saber qué te pasa por la cabeza, aunque solo sea para saber a qué atenerme, qué puedo esperar de ti.

Christian clavó en ella una mirada gélida.

—Está bien, ¿qué quieres saber?

Victoria, cogida por sorpresa, tardó unos segundos en reaccionar. Quiso preguntarle lo que de verdad le corroía el alma, es decir, si él aún sentía algo por ella; pero temía la respuesta, y se oyó a sí misma murmurando:

—Dices que siempre has sido sincero conmigo. Yo también he sido sincera contigo; nunca te he ocultado lo que siento por Jack. Comprendo que tu vida privada es privada, pero si existe otra persona... especial en tu vida... más allá de algo esporádico, quiero decir... algo que pueda afectar a tu relación conmigo...

Calló, confundida.

—¿Me estás preguntando por Shizuko, si mantengo una relación con ella? ¿Para qué necesitas que te lo diga? Ya sabes que sí.

Victoria tragó saliva, temiendo lo que podía venir a continuación.

—Bien —dijo, sobreponiéndose—. Vale. Sí, supongo que lo sabía.

Respiró hondo varias veces, y después se atrevió a hacerle aquella pregunta cuya respuesta era tan vital para ella:

—¿Y qué hay de nosotros? ¿Significa eso que todo va a seguir igual... o que ya no quieres seguir conmigo?

Hubo un largo, largo silencio, que oprimió el corazón de Victoria hasta hacerlo sangrar, y que fue para ella mucho más elocuente que cualquier palabra que él pudiera haber pronunciado.

—Bueno —dijo al fin, desolada—. No hace falta que contestes. Ya veo que no. No te preocupes, me volveré a Limbhad esta noche, y mañana regresaré a Idhún. No tiene sentido que siga aquí.

—Victoria, no es necesario...

—Sí que lo es —alzó la cabeza para mirarlo—. Hace ya tiempo que he notado que no me tratas igual, y no tiene nada que ver con Shizuko. Puedo entender y aceptar que ya no quieras seguir conmigo, y no voy a retenerte a mi lado a la fuerza... pero, si tenías intención de acabar con esta relación... podrías haberlo hecho de otra manera... antes de lo de la otra noche. Porque fue importante para mí, pero, si para ti no significó nada, entonces preferiría que me lo hubieras ahorrado. Después de eso no has vuelto a tocarme, así que, ¿cómo quieres que me sienta? Si ya no me quieres y además estás con Shizuko, no necesitabas...

—Espera —cortó él; la cogió por las muñecas y la obligó a mirarle a los ojos—. Espera, ¿qué has dicho?

—¿Vas a obligarme a repetirlo? —respondió ella, tensa.

—Me ha parecido entender —dijo Christian, despacio—, que piensas que he llegado con Shizuko al mismo grado de intimidad física que contigo. ¿Es eso lo que crees?

—¿Es que no es así?

—No, no lo es. —Parecía incluso molesto—. Victoria, no la he tocado. Por la sombra del Séptimo, si ni siquiera la he besado.

 




Поиск по сайту:

©2015-2020 studopedya.ru Все права принадлежат авторам размещенных материалов.